4. Dame más tiempo

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Me las arreglé para seguirle sacando temas de conversación a Erick; ni una sola pregunta personal o que lo hiciera sentirse atacado, solo hablamos de gustos de películas, de comida y vagamente de música

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Me las arreglé para seguirle sacando temas de conversación a Erick; ni una sola pregunta personal o que lo hiciera sentirse atacado, solo hablamos de gustos de películas, de comida y vagamente de música. La reunión del barrio siempre se extendía a más allá de las dos de la mañana así que lo entretuve por más de tres horas hasta que el parlante del señor Ortiz se apagó, anunciando que era hora de buscar cada uno su casa.

Él, sin preguntar, nos ayudó a mi madre, a varias personas más y a mí a organizar todo, a apilar sillas, recoger basura dejada y reunir platos para que los Ramirez se los llevaran. Hubo silencio mientras hacíamos eso, se mantuvo serio y cuando lo vi sin que él lo notara, me pareció curioso que su gesto de seriedad no daba la impresión de enojo como en la mayoría de personas, él más bien transmitía una serena paz en su semblante inexpresivo.

Cuando terminamos le dije a mi mamá que en un rato entraría y no le vio problema; al parecer Erick había dado una buena impresión.

—¿Cómo estás? —pregunté de repente, sin saber qué más decirle.

—Lleno; comí mucho, gracias. Creo que es hora de irme. —Me observó y sé que debió ver la preocupación en mis ojos, yo misma la sentía en cada parte del cuerpo—. Iré a casa y me meteré a la cama sin contratiempos, te lo juro.

—¿Quieres que te acompañe? —aventuré.

—¿A las casi tres de la mañana? No, no te preocupes, puedo irme solo.

—Puedes quedarte otro rato si quieres. Sé que hace frío, pero...

—Estás temblando —comentó—, te juro que no es necesario. Tengo la cabeza tan fría como tus manos en este momento —bromeó, sonrió falsamente por unos segundos, pero pronto se enserió y mordió su labio con incomodidad—. Oye, no sé si lo apropiado es un gracias, pero no sé qué más decirte.

No puedo describir el miedo que tenía de despedirme de él y de algún modo enterarme al día siguiente de que se había quitado la vida. Me afectaba a un nivel tan personal que quería aferrarme a él hasta que su mente dejara de pedirle cosas trágicas; no podía culparlo por sentirse como lo hacía, pero deseé tener un poder mágico que le quitara la tristeza.

—No quiero que pienses que soy una metiche en tu vida, pero te ruego que comprendas la preocupación que me da que no me cumplas la promesa de ir conmigo al cine.

—Puedes ir con cualquier otra persona —intentó bromear. No me reí.

—No es gracioso.

Suspiró antes de responder, retomando el tema:

—Es comprensible, me acabas de conocer y no confías en mí.

—¿Te importaría si nos vemos mañana? Solo para saber cómo estás, para charlar un rato. Mi mejor amiga dice que soy buena escuchando y tú... —Me sonrojé al inmiscuirme tanto en su vida, pero me dije que un ligero bochorno era preferible a dejar todo ahí a la suerte— bueno, imagino que nadie en tu vida sabe lo que ibas a hacer así que seguirás sin decir nada. Yo sí lo sé por lo que quizás quieras hablar conmigo. Prometo no juzgar y acompañarte, la soledad es una enemiga fuerte en momentos así.

Del amor y otros vacíos •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora