19. La lengua filosa de Alicia

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Todo con Zoe estaba mal

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Todo con Zoe estaba mal.

Era algo absurdo verlo de esa manera, pero ella ya estaba igual de afectada que Martina por mis acciones, lo cual era una de las cosas que más quería evitar desde el comienzo. Lo peor de todo era que yo también le había tomado un aprecio sincero así que pasó de ser una persona con un corazón enorme que me acompañaría unos días a otro de los corazones que se romperían con mi ausencia.

Admito que no estaba muy seguro de si aún tenía opción de evitarle a Zoe el sufrimiento o si ya estábamos en un punto de no retorno, pero camino a mi casa luego de ir a aquella plaza de mercado me planteé seriamente no volver a buscarla ni dejar que ella me encontrara. Sería más sencillo; me había engañado a mí mismo al pensar que mi amistad con Zoe podía ceñirse al plazo y tiempo dado, fui iluso al creer que el conocerla era algo de paso y sin importancia.

Llegué cerca de las once a mi casa, entré por la puerta de la cocina para no pasar por donde mi mamá y mi padrastro seguramente estarían, así que casi en puntillas llegué a mi habitación. Nada más cerrar la puerta solté un resoplido profundo que casi sonó a gruñido desde el tórax; estaba frustrado.

Tuve un susto de muerte, irónicamente, cuando una voz me habló desde las sombras.

—¿Un día muy pesado?

Reconocí la voz de inmediato, pero encendí la luz con el corazón a mil por hora para estar seguro. Cuando la oscuridad terminó, vi a una sonriente Alicia de pie junto a la cama. Caminó hacia mí con sus brazos abiertos y no dudé el rodearla con los míos; un cúmulo de muchas cosas, pensamientos y temores se me desató al sentirla cerca y entonces me puse a llorar.

El abrazo se extendió por mucho, la sentí llorando también, era como si no nos hubiéramos visto en diez años y no en un solo mes como era la realidad.

—Alicia...

Decir su nombre me supo a alivio, pero también amargo; dudaba mucho que su visita fuera esporádica.

—He sido invocada por un corazón en el que habitas —comentó, alejándose lo suficiente para que le viera los ojos—. Martina me lo ha contado todo. No te enojes con ella, no sabía a quién más acudir.

Amé y odié a Martina en ese momento. Si yo mismo no había acudido a Alicia era porque tenía un miedo profundo de que ella me viera mal, era más aterrador que con el resto de personas, era una necesidad interna el ocultarle muchas cosas siempre.

—Ya tengo los oídos llenos de discursos motivacionales —dije, un tanto amargo.

Nuestro abrazo se rompió y ella misma me guió hasta mi cama para sentarnos en el filo. Tomó mi mano, sonriéndome con cariño.

—No estoy acá para motivarte, estoy acá para hablar. He estado en tu lugar, James, y escuché muchos "busca ayuda", pero pocos "dime qué te pasa".

Del amor y otros vacíos •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora