9. Un café por una sonrisa

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Mi horario de clases se suponía que era diurno y como aún mantenía la fachada de que estudiaba, salía a diario de casa a eso de las siete y no volvía sino hasta pasadas las cuatro de la tarde

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Mi horario de clases se suponía que era diurno y como aún mantenía la fachada de que estudiaba, salía a diario de casa a eso de las siete y no volvía sino hasta pasadas las cuatro de la tarde. Durante esas horas solo andaba en mi moto o me buscaba un sitio en algún solitario parque donde me sentaba a no hacer nada.

Ese martes, sin embargo, a eso de las nueve, recibí un mensaje de Martina en el que me exigía verla cuando me desocupara de mis clases, como no estaba lejos de nuestro vecindario le aseguré que ya había terminado mi única clase de ese día y que pasaría por ella.

La recogí en mi moto y me pidió que la llevara a cualquier parte donde pudiéramos hablar, obviamente supe de qué quería hablar, pero guardé silencio y conduje hasta una enorme biblioteca pública que albergaba también un teatro, pero que más que nada, estaba rodeada de mucho césped que los jóvenes usaban para leer al aire libre.

Martina no dijo gran cosa sino hasta que nos sentamos en un espacio lo suficientemente alejado de cualquier grupo o persona cerca pero donde nos calentaba un poco el sol.

—¿Y tu maleta? —preguntó primero.

Inventé algo rápido:

—La dejé en casa antes de recogerte.

Martina asintió y sacó de su bolso un caramelo de fresa que me tendió, a sabiendas de que eran mis favoritos. Le sonreí y ella hizo lo mismo, luego, con un hondo suspiro, empezó:

—Espero que no hayas pensado que no iba a hablarte del tema, James. Solo quería evitarlo mientras se calmaba un poco la situación, y ya han pasado dos días, para mí es suficiente.

Le evadí la mirada porque me sentí muy cobarde como para sostenerla. No podía cerrarme completamente a hablar con Martina porque conocía su persistencia y sabía que si me negaba, le contaría todo a su hermano —mi mejor amigo— y entonces todo sería mucho más complejo.

—No sé qué esperas sacar con una conversación al respecto.

—Saber, James. —Suspiró de nuevo y, en el césped, se acercó más a mí hasta que nuestras rodillas chocaron—. ¿Por qué tomaste esa decisión?

—No es sencillo, Martina, no es algo que pueda explicarte así no más...

—¿Aún tienes el deseo de hacerlo? —me interrumpió y mi silencio le respondió—. ¿Qué está mal? Hay lugares para buscar ayuda, para salir de... todo esto. —Buscó mi mano y la tomó con cariño—. Te he visto por mucho tiempo mal, Andy lo ha visto, Alicia lo ha visto, no lo hablamos, pero cuando estamos todos juntos todas esas debilidades están presentes. Tus problemas, los de Alicia... mi hermano y yo somos conscientes de todo y siempre procuramos empujarlos a buscar mejora porque los amamos mucho pese a la terquedad de ustedes.

—No me gusta molestarlos con mis problemas. Ustedes no son los culpables.

—¿Sabes qué sí molesta? Pensar que pese a tener nuestras manos tendidas para halarlos y salir del agua, ustedes a veces parece que quisieran ahogarse adrede. Tú lo intentaste este sábado. Solo ustedes saben a ciencia cierta qué tan pesadas son las cruces de sus problemas, pero deben darse cuenta de que tienen dos hombros más para ayudar a cargarlas y de nada sirven si ustedes no se dejan ayudar.

Del amor y otros vacíos •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora