7. Plazo establecido

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Luego del octavo vaso con agua tuve que ir al baño y como en ese momento Zoe estaba cantando, no tuve inconveniente de dejar una conversación abandonada

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Luego del octavo vaso con agua tuve que ir al baño y como en ese momento Zoe estaba cantando, no tuve inconveniente de dejar una conversación abandonada. Hasta el baño se alcanzaba a colar un poco su voz y el animado coro del público que la acompañaba; una vez usé el servicio, saqué mi teléfono y para mi sorpresa, tenía dos llamadas perdidas de Martina. Por la música no lo había escuchado sonar. Le devolví la llamada y contestó de inmediato:

Llámame paranoica si quieres, pero de ahora en adelante no puedes no contestarme las llamadas. Me asustas de muerte... Dios, mala elección de palabras. ¡No me dejes sin contestar!

Me reí.

—Lo siento, no escuché el teléfono.

¿Dónde estás?

—En un bar del centro.

—¿En un bar? James...

No te preocupes, no estoy bebiendo. —Pensé en dos segundos que no le iba a contar a Martina con quien estaba porque no quería preguntas así que inventé rápidamente algo—: Un compañero de la universidad me trajo. Es un bar-café, solo estamos charlando.

¿Seguro?

Su preocupación era tan genuina como acertada; había tenido momentos difíciles en los últimos años y uno de los pasatiempos dañinos que más me había marcado era la propensión a beber como si no hubiera mañana hasta que me obligaron a ir a juntas de AA y empezar un tratamiento que había llevado a cabo de momento con éxito. Llevaba seis meses sobrio y cada vez que salía, mis amigos se preocupaban un montón de que fuera a meter la pata.

—Seguro, Mar. No te preocupes.

Me llamas cuando llegues a casa.

—Puede que llegue tarde.

Así sea a las tres de la mañana.

Suspiré.

—Bien, te llamaré.

Cuídate, por favor —rogó—. Te quiero mucho, James.

—Yo a ti. Estaré bien, ve a dormir.

Martina se despidió, no sin cierta desconfianza, y colgó. Me sentaba mal que Mar se estuviera sintiendo tan mal por mi culpa, pero sabía que nada de lo que yo hiciera iba a hacer que dejara de preocuparse, mucho menos ahora.

De lejos supe que la canción ya había terminado y salí del baño, volví a nuestro lugar y vi a Zoe casi de espaldas hurgando en su teléfono; cuando me senté, lo apagó y me miró casi sorprendida.

—Creí que te habías ido —explicó.

—Solo fui al baño. —Miré a mi alrededor—. Se ha llenado bastante.

—Sí. Ya voy por mi quinto cóctel. —Señaló su vaso con el mentón—. Es una buena noche.

Una pareja de nuestra edad se acercó y como cada vez, Zoe se levantó para saludarlos. Era impresionante lo mucho que la felicitaban con amabilidad. Zoe habló con ellos en medio de sonrisas afables, casi profesionales; apenas y les presté atención pero entonces el hombre miró tras de Zoe para verme, me extendió la mano y no dudé en estrechársela por más extraño que me pareciera. Me puse de pie también.

Del amor y otros vacíos •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora