15. De recuerdos y otros traumas

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Con seriedad miraba a Zoe mientras ella entonaba una de las canciones más dulcemente rompecorazones que le había escuchado

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Con seriedad miraba a Zoe mientras ella entonaba una de las canciones más dulcemente rompecorazones que le había escuchado. Hablaba otra vez del amor, de su amor, específicamente. Era un reclamo en tonos altos a su ex por seguirla buscando, por jugar con ella, por herirla con su indecisión.

Mi buen amor, si no quieres regresar, ¿por qué vuelves a buscarme una vez más?

De nuevo consideré que su voz sería ideal para pasar un rompimiento en medio del licor. Esa noche llevaba el flequillo y unos lentes de contacto que le hacían los ojos azulados oscuros, se había pintado las uñas del mismo color de la mirada y usaba un vestido de un solo tono marrón que junto con unas medias oscuras le daban ese toque lúgubre, pero bonito que combinaba con sus canciones.

Cuando terminó su canción llegó a mí con una sonrisa que supuse era fingida. Le dio un trago a su copa, que según Adrian, era whisky pero rendido en agua para no hacerlo tan fuerte.

—Estás inspirada —comenté, mirándola de lado. Zoe soltó una risa—. Creo que les has roto a muchos el corazón, incluso a los que ni siquiera están enamorados.

—¿No es eso algo precioso sobre la música? —respondió—. Que te haga sentir aunque no sientas.

Llevaba ya varias horas en Canela y Miel, acompañándola en su turno y tras cada canción. Era una sensación agradable saber que al bajar del escenario me buscaba con la mirada y aunque no lo dijera, cada vez que me veía dibujaba una sonrisa aliviada, como si con cada segundo pensara que estaba a punto de irme.

Luego de la tarde anterior en la que sincerarnos pareció una buena idea, algo cambió entre nosotros. Quise pensar que era solo que ya éramos oficialmente amigos, que ya sentía que podía confiar en ella, que era el nacimiento de una amistad de esas verdaderas. Y me gustaba eso. Haciendo un paralelo de ese domingo al domingo anterior, me satisfacía saber que nuestra disfuncional relación había pasado de la obligación de estar ahí con ella al gusto de acompañarla.

—¿A qué hora acabas? —le pregunté.

—Creo que me cantaré una más y me largo. Mucho sentimiento por hoy.

—Te espero entonces —aseguré.

Zoe quitó la vista lánguida de su vaso de agua siempre lleno aparte de la copa, para posarla en mí con algo parecido a la sospecha.

—¿Tienes planes? ¿A medianoche?

—No, no tengo. Pero tengo tiempo y compañía, podemos solo caminar.

Hubo satisfacción en su mirada y me cuestioné sobre lo que ese gesto me hizo sentir.

—De acuerdo. Entonces cantaré una alegre para no irme de mal humor.

—¿Habrías cantado algo distinto si no te digo nada?

—Claro que sí. Algo triste para irme con humor apagado, así llegaba a mi casa a llorar por mis tristes amores. —No supe muy bien si era una broma pero culminó sus palabras con una sonrisa—. Pero no quiero llorar contigo.

Del amor y otros vacíos •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora