17. Cementerio La Paz

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Solté una risa sincera al ver a Zoe llegar a mí

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Solté una risa sincera al ver a Zoe llegar a mí.

—Gafas, ¿eh? Imagino que no eres miope.

—No. Solo son adorno.

—Los miopes del mundo te odian por usar gafas sin necesitarlas —comenté, sacándole una sonrisa—. No entiendes el sufrimiento.

—¿Tú sí?

—No, pero no uso gafas falsas. —Le tendí el casco—. Sube.

Zoe lo hizo sin cuestionar nada más. Temía que fuera a actuar diferente o incómoda luego de lo que había ocurrido, pero por fortuna, al menos en el saludo, no fue así.

Por dentro yo era un nudo de nervios y de ganas de disculparme, pero sabiendo que ella había pedido no sacar el tema. Solo imaginar lo mal que podría sentirse por mi causa era un motivo para rogarle una disculpa, sin embargo su idea de no hablar al respecto también me libraba a mí de la terrible tarea de pedir perdón; hacerlo no es mi fuerte.

Conduje hasta el cementerio La paz, donde mi abuela había sido enterrada unas semanas atrás, luego estacioné adentro y caminamos hasta la sección de florerías. Compré un ramo de narcisos amarillos iguales al que ella me había dado; Zoe lo notó y enarcó una ceja, curiosa.

—Son... eran los favoritos de mi abuela —expliqué—. Por eso me sigo preguntando cómo lo hiciste con Vero; nadie más que yo y mi abuelo sabemos eso.

—Yo tampoco lo entiendo —confesó, algo apenada—. Vero hace sus cosas con flores, pero yo no lo he descifrado; la diferencia entre tú y yo es que yo dejé de preguntármelo hace mucho y solo lo acepto.

Compartimos una sonrisa medio plana, pero finalmente me encogí de hombros; debía asumir que lo de Vero era suerte y ya o me iba a enloquecer. Luego de tomar mi ramo me dispuse a ir a pagarlo, pero noté que Zoe miraba también los ramos y tomaba dos de rosas blancas.

—¿Comprarás?

—Mi papá y mi hermano también están acá. Ya que vine, un ramo no estaría mal. Ellos no tenían flores favoritas, por eso siempre les traemos un ramo de flores diferentes; es el turno de las rosas blancas.

Asentí y pagamos los ramos. Zoe me informó que su padre y su hermano estaban en el sector del fondo, mientras que mi abuela estaba en el segundo luego de la entrada; el cementerio era lo suficientemente grande como para ir mil veces y aún así no haber recorrido todos sus caminos; como cada uno teníamos un destino fijo, acordamos ir primero al de mi abuela y luego al de sus familiares.

El césped bajo nuestros pies estaba algo húmedo así que cedía un poco la tierra con nuestro peso; avanzamos lentamente entre las lápidas horizontales hasta que al fondo del sector 2 hallé la tumba de mi abuela. Había sido tan reciente que el césped que le habían puesto aún no se fusionaba con la tierra por lo que el rectángulo todavía se veía torpemente delimitado.

Del amor y otros vacíos •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora