6. Agua en las rocas

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Llegué a la fachada de Canela y miel faltando quince minutos para las seis, rogando al cielo que Erick no me fuera a quedar mal a la hora propuesta

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Llegué a la fachada de Canela y miel faltando quince minutos para las seis, rogando al cielo que Erick no me fuera a quedar mal a la hora propuesta.

Mi plan era completamente vago, y, lo admito, malo, pero había quedado con él de verlo ese domingo y mis horarios no me dieron para nada más así que debía llevarlo a uno de mis trabajos y esperar que un ambiente tranquilo, pero fresco como el del bar-café le bajara un poco ese muro de recelo que me tenía, quizás así podríamos empezar a hablar y a tomar confianza.

Aguardé en la calle por varios minutos para que al llegar me viera y no tuviera que entrar solo —ni tuviera oportunidad de irse si no me encontraba pronto—. Faltando solo un rato para las seis lo vi acercándose por el costado derecho; traía una chaqueta negra y las manos en los bolsillos, un rostro serio pero una vez más, no enojado. Cuando me vio hizo un gesto no del todo alegre, de hecho supuse que había reprimido un resoplido y un blanqueo de ojos.

Omití su nula disposición y batí mi mano en su dirección, sonriente.

—¡Hola! Llegué a pensar que no vendrías —comenté. No, ni una sola sonrisa me dio—. ¿Llegaste fácil?

—Sí, con la dirección y con Google Maps no es difícil llegar a ningún lado.

Estábamos frente a frente aún en la calle y noté cero interés de su parte en entrar, pero al menos observó de reojo el local y no dio una inmediata negativa.

La fachada era sobria, sin luces neones, solo un letrero en blanco con letra cursiva que rezaba el nombre, había un balcón en el segundo piso con mesas para noches no tan frías, y nada de bullicio saliendo por las ventanas —como en otros establecimientos—. Las personas que entraban distaban en su mayoría de los que frecuentaban otros bares en busca de bailar, embriagarse y ligar, las caras de los clientes de Canela y miel todas eran más bien tranquilas, sociables, invitaban a charlar un poco, a conocer... no es que Erick fuera muy conversacionista, pero imaginé que un ambiente así de acogedor encajaba mejor con él que el de una discoteca.

—Menos mal —respondí.

Erick me miró el rostro fijamente y noté que enarcó sutilmente una ceja.

—¿Tenías flequillo anoche?

Me toqué por reflejo el cabello que me cubría la frente y sonreí porque al menos me estaba hablando sin el retintín duro que usaba a ratos conmigo.

—No, de hecho es falso.

—Una peluca —apuntó.

—No, porque solo es flequillo. Yo lo veo como un buen accesorio que me cambia el look, es igual que usar un moño o algo así.

Mi extensa explicación no despertó sumo entusiasmo en él, solo asintió.

—Genial —musitó con ironía. Miró de nuevo la entrada del bar con un poco de curiosidad—. Asumo que no nos quedaremos en la calle toda la noche.

Del amor y otros vacíos •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora