3. El propósito la vida

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Zoe me condujo hasta una cancha de fútbol callejera donde había mucha gente reunida, la gran mayoría, envueltos en chaquetas y bufandas para refugiarse del frío de la media noche de otoño, pero aun así, todos estaban sonrientes y animados

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Zoe me condujo hasta una cancha de fútbol callejera donde había mucha gente reunida, la gran mayoría, envueltos en chaquetas y bufandas para refugiarse del frío de la media noche de otoño, pero aun así, todos estaban sonrientes y animados. Nadie reparó especialmente en nosotros hasta que nos acercamos a una esquina donde habían dispuesto unas diez o más sillas plásticas blancas en medio círculo, todas ocupadas y albergando el jolgorio de muchas voces hablando al tiempo.

Zoe se acercó conmigo hacia una señora de edad media que se estaba tomando un café en una taza de porcelana pequeña desportillada. La señora reparó en Zoe y le sonrió.

—Hola, ma —murmuró ella, la señora le devolvió el saludo y de inmediato posó su vista en mí, así que Zoe me presentó—. Él es Erick, ma, es del trabajo.

La mujer me sonrió con los labios apretados y me tendió la mano con formalidad, no dudé en tomarla y sonreírle de vuelta.

—Es un gusto, señora.

—El gusto es mío, mi nombre es Martha. —La señora miró a su hija—. No sabía que traerías a un amigo.

—Fue algo repentino —dije yo, con amabilidad—. Tenía planes con una amiga, pero a último minuto se indispuso así que Zoe muy amablemente me invitó a venir porque de todas maneras ya había pedido el permiso en mi casa. Espero que no haya problema.

Noté de soslayo la mirada casi sorprendida que Zoe me dedicaba y supuse que estaba pensando cómo podía ser yo tan gentil en apariencia si minutos antes odiaba el simple hecho de estar ahí. De algo me había servido crecer rodeado de gente importante: sabía comportarme como una persona ejemplar aunque por dentro —y nunca mejor dicho— quisiera morir.

—No, claro que no —musitó la señora Martha—. Nunca faltará espacio o comida para uno más.

—Gracias.

—Allá en la mesa está el asado. —La señora nos señaló una mesa alargada muy cerca de una parrilla grandísima que habían dispuesto en una esquina de la cancha; tenía varias personas alrededor, pero también se notaba que había mucha comida en ella—. Vayan, coman lo que quieran.

Zoe asintió y se encaminó hacia allí conmigo justo al lado. En una de las esquinas de la mesa había una pila de platos caseros y nada de cubiertos, igual no eran necesarios considerando el menú que se podía comer fácilmente con las manos.

—¿Por qué no usan platos de plástico? —pregunté en tono moderado.

—¿Para qué? Aparte de que dejan un montón de basura, no son necesarios realmente.

—¿Y si se pierden estos platos?

—No se perderán. La mayoría de familias que ves acá llevan más de veinte años en este barrio, todos los adultos nos conocen a nosotros los jóvenes desde que estábamos en la barriga de nuestras madres, somos una comunidad unida, que aunque no lo creas, velamos unos por otros. Las reuniones de este tipo siempre se organizan de la misma manera y así nos funcionan siempre sin inconvenientes mayores. —Zoe señaló la otra esquina de la cancha donde también había sillas y personas riendo en pequeños grupos—. La familia Martinez y la familia Flores siempre ponen los platos y vasos, todos lo sabemos así que al otro día todos los platos estarán en sus casas o devolveremos los que nos llevemos con comida. Los Herrera ponen las mesas y las sillas porque ellos trabajan alquilando todo esto para eventos así que es fácil. El señor Ortiz pone los parlantes de su auto para colocar música. —Zoe señaló el auto al otro lado del lugar, que tenía el maletero abierto dejando ver unos parlantes desde donde salía la música urbana que llegaba a todo alrededor—. Para la comida cada familia pone un monto igual y la familia Torres son los que asan y cocinan con las parrillas de los Hernandez.

Del amor y otros vacíos •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora