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Todo era paz y tranquilidad en el siempre brillante reino de Asgard. Los habitantes estaban felices, cuidando de sus respectivas familias y pasando el tiempo con sus amigos. Los nobles y valientes guerreros asgardianos se la pasaban entrenando en la arena para implementar nuevas técnicas aprendidas y lograr una victoria por sobre sus oponentes. Durante la noche, pasaban su tiempo libre en las tabernas, con toneladas de hidromiel y disfrutando de la compañía de las hermosas doncellas que exigían su atención.
Así mismo, la Familia Real mantenía un porte tranquilo. Las festividades dentro del palacio seguían con total normalidad y estas se daban en honor a los nobles guerreros y, por supuesto, al hijo dorado que regresaba de cacería con una enorme sonrisa en su rostro.

Todos parecían felices, a excepción de un ser. Loki, el segundo príncipe, quien años atrás había sido encerrado en las mazmorras del palacio por haber atentado contra Midgard, ahora estaba en libertad. Su madre, la reina Frigga, hizo hasta lo imposible para que su amado hijo fuese liberado en la menor cantidad de tiempo posible. Odín no pudo resistirse a la petición de su amada esposa, quien había estado sufriendo por semanas, odiaba ver a su pequeño Loki siendo recluido y tratado como un criminal. Pese a lo que había hecho, ella aún lo veía como a un bebé que necesitaba amor y protección.

Las condiciones de su libertad incluían el uso constante de brazaletes para poder restringir su magia, ya que aún desconfiaban de él. Motivo por el que los nobles y el Concejo se negaban a dejarlo en libertad, pero sus quejas fueron ignoradas por el Padre de Todo.

Ahora Loki pasaba la mayoría del tiempo en la biblioteca, no deseaba ver a nadie porque sabía lo que pensaban de él y hubo ocasiones en la que intentaron dañarlo. Odin estaba furioso y mandó a castigar a los que se habían atrevido a ponerle una mano encima a su hijo. Claro que Loki no estaba enterado de eso.

Desde entonces, dejó de participar en las siempre ruidosas fiestas que se daban en el palacio. Disfrutaba de la soledad, intentaba convencerse de eso, pero su madre, siempre tan perceptiva, le hacía darse cuenta de que estaba equivocado. Aún así, no lo presionaba para que se integrara en las celebraciones, no quería que intentaran dañarlo de nuevo.

Loki aún no entendía cómo es que su madre imploraba por su liberación, él sabía lo que había hecho y no se arrepentía. Al volver, creyó que Frigga lo vería con decepción, pero no fue así. Ella siempre lo vio con amor y eso estrujaba su corazón.

Durante su juicio de liberación, evitó ver a Thor, ya que aún seguía molesto con él por lo sucedido en el Bifrost, cuando cayó al vacío. Un escalofrío recorrió su espalda al recordar eso, él sólo quería olvidar y seguir adelante. Esperaba no volver a ver a esos monstruos.

Sumido en sus pensamientos, no se percató de que alguien había ingresado a la biblioteca. Se trataba de Thor, quien entró de manera sigilosa, pues sabía que Loki odiaba que fuese tan ruidoso. Esperó encontrarlo sumido en la lectura, pero lo vio pensativo y tenía una mirada perdida. Así que se acercó con cautela hasta su hermano.

—Loki, ¿estás bien?— Este inmediatamente salió de sus cavilaciones y se sorprendió al encontrar a Thor frente a él. Por lo que empleó su tono frívolo.

—¿Qué estás haciendo aquí? Deberías estar celebrando tu victoria con tus amigos lamebotas.

Thor sonrió incómodo, siempre supo que sus amigos detestaban a Loki, incluso desde que eran niños. Sus amigos lo molestaban y lo llamaban debilucho porque prefería la magia en lugar de combatir.

—Quería ver si estabas bien, o si estabas hambriento, así podría tomar algunos alimentos y traértelos.

Loki desconocía las intenciones de Thor, por lo que trató de echarlo del lugar. Debía saber de sobra que su hermano era muy terco y no se rendiría hasta cumplir su objetivo.

Carry You -Thorki- Donde viven las historias. Descúbrelo ahora