LIEVIN y Oblonski encontraron a Veslovski instalado en el albergue donde debían cenar; sentado en un banco al que se cogía con ambas manos, esperaba a que le sacase las botas cubiertas de barro un soldado, hermano de la patrona.
—Acabo de llegar —dijo, sonriendo—; estos campesinos son muy amables, y después de darme de comer y beber no han querido aceptar nada. ¡Qué pan y qué aguardiente!
—¿Y por qué habrían de cobrar? —observó el soldado—. Ellos no venden su aguardiente.
A los cazadores no les repugnó el desaseo de la cabaña, que sus botas y las patas de los perros ensuciaron más aún, cubriendo el suelo de un barro negruzco; todos cenaron con ese apetito que solo se conoce en semejantes excursiones; y después de limpiarse, fueron a dormir en un pajar, donde el cochero les había preparado ya las camas.
La noche había cerrado ya, pero ninguno de los tres tenía sueño, el entusiasmo de Váseñka al hablar de la hospitalidad de los campesinos y el buen olor del heno los mantuvo despiertos.
Oblonski les refirió los detalles de una cacería a que había asistido el año anterior en casa de Maltus, empresario de ferrocarriles y hombre de muchos millones.
Habló de los inmensos pantanos de la provincia de Tver, de los trineos tirados por perros y de las tiendas levantadas solo para comer.
—¿Cómo es que no odias a esa gente? —preguntó Lievin, incorporándose en su cama de heno—. Su lujo subleva porque se enriquecen a la manera de los antiguos traficantes de aguardiente y se burlan del desprecio público, sabiendo que su dinero los rehabilitará.
—Es muy cierto —dijo Veslovski—; pero Oblonski acepta sus invitaciones por bondad, lo cual no impide que otros imiten su ejemplo.
—Estás en un error —replicó Oblonski—; si voy a su casa es porque los considero como ricos mercaderes o propietarios que deben sus bienes al trabajo y a la inteligencia.
—¿A qué llamas tú trabajo? ¿Consideras como tal obtener una concesión y explotarla?
—Seguramente en el sentido de que si nadie se tomara esa molestia no tendríamos ferrocarril.
—¿Y podrías comparar ese trabajo con el del hombre que labra la tierra o el sabio que estudia?
—No; pero no deja de dar también un resultado, el de tener vías férreas, por más que tú no las apruebes.
—Este es otro asunto; lo que yo mantengo es que cuando la remuneración no está en proporción con el trabajo, no es honrada. Las fortunas que hacen esos hombres son escandalosas; no tenemos ya granjas, pero en cambio abundan las líneas férreas y los banquetes.
—Todo eso puede ser verdad; pero ¿quien trazará el límite exacto de lo justo y de lo injusto? Así, por ejemplo, ¿por qué mi sueldo ha de ser mayor que el de mi jefe de oficina, que conoce los asuntos mejor que yo?
—Lo ignoro.
—¿Por qué ganas tú, digamos, cinco mil rublos, allí donde nuestro patrón, el campesino, solo obtiene cincuenta? ¿Y por qué Maltus no ganaría más que sus maestros? En el fondo no puedo menos de creer que el odio que inspiran esos millonarios es hijo de la envidia.
—Va usted demasiado lejos —dijo Veslovski—; no se los envidia por su riqueza, pero no se puede menos de reconocer que estas tienen su lado tenebroso.
—No te falta razón —repuso Lievin— al tachar de injusto un beneficio de cinco mil rublos, pero...
—En efecto, ¿por qué comemos, bebemos, cazamos, vivimos en el ocio, mientras que el campesino está constantemente trabajando? —dijo Veslovski, a quien, al parecer, por primera vez se le había ocurrido aquello. Su tono era sincero.
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Ana Karenina (Vol. 2)
Historical FictionAna Karenina es la historia de una pasión. La protagonista, que da nombre a la obra, es un personaje inquietante y fascinador por la intensidad de su vida. Tolstoi, buen psicólogo y conocedor del mundo que le rodea, abre la intimidad de Ana y traza...