DESPUÉS de despedirse de la princesa, Koznyshov entró con Katavásov, que acababa de llegar, en un coche atestado de gente.
El himno nacional resonó de nuevo cuando los voluntarios llegaron a la estación siguiente y fue contestado con los mismos saludos, estas ovaciones eran harto familiares para Serguiéi Ivánovich y conocía demasiado aquella gente para que le inspirase la menor curiosidad; mas para Katavásov, aquellas escenas eran nuevas e interrogó a su compañero sobre los voluntarios, Serguiéi Ivánovich le aconsejó que los estudiara en la segunda clase, y así lo hizo.
Los cuatro individuos a quienes se consideraba como principales héroes hablaban ruidosamente en un ángulo del coche, sabiendo que eran objeto de la atención general; el joven alto levantaba la voz más que los otros, bajo la influencia de copiosas libaciones, y contaba una historia a un oficial que vestía uniforme austríaco; el tercer voluntario, vestido de artillero, estaba sentado junto a ellos en un cofre, y el cuarto, dormía. Katavásov supo que el joven enfermizo era un hombre de negocios que a la edad de veintidós años había devorado una considerable fortuna y creía excitar la admiración del mundo al marchar a Serbia: era un muchacho mimado, sin salud y estaba bebido y lleno de suficiencia, por lo cual produjo muy mala impresión en el profesor.
El segundo, un militar retirado no valía mucho más; se había dedicado sin fruto a diversos oficios y su ignorancia era completa.
El tercero, por el contrario, agradó a Katavásov a causa de su modestia y dulzura, la presunción y falsa ciencia de sus compañeros le imponían y permanecía silencioso.
—¿Qué va usted a hacer en Serbia? —le preguntó el profesor.
—Voy, como todo el mundo, para ver si puedo ser útil.
—Allí faltan artilleros.
—Pues yo he servido muy poco en artillería —repuso.
Y refirió cómo no habiendo podido sufrir los exámenes, debió retirarse del ejército como subalterno.
La impresión general producida por aquellos personajes era poco favorable; un anciano que vestía uniforme militar y los escuchaba con Katavásov no parecía más satisfecho que este, y le era difícil considerar como héroes a aquellos hombres, cuyo valor militar se manifestaba solo por sus copiosas libaciones.
Sin embargo, habría sido una imprudencia manifestar francamente semejante opinión, y cuando Katavásov preguntó al veterano qué juicio formaba de los voluntarios, este le contestó sonriendo:
—¡Qué quiere usted! ¡Se necesitan hombres! Dicen que los oficiales serbios no valen para nada.
Katavásov al entrar en su coche, no se sintió con valor para expresar su opinión con sinceridad, lo que iba contra sus costumbres, y contándole sus observaciones dijo a Serguéi Ivánovich que los voluntarios le habían parecido unos excelentes muchachos.
Las aclamaciones y los ramos menudearon también en la ciudad siguiente y se acompañó a los voluntarios como en Moscú, pero el entusiasmo disminuía.
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Ana Karenina (Vol. 2)
Historical FictionAna Karenina es la historia de una pasión. La protagonista, que da nombre a la obra, es un personaje inquietante y fascinador por la intensidad de su vida. Tolstoi, buen psicólogo y conocedor del mundo que le rodea, abre la intimidad de Ana y traza...