DESPUÉS de tomar parte en una excelente comida en casa de Bartnianski, seguida de algunas copas de coñac, Stepán Arkádich fue a casa de la condesa Lidia un poco después de la hora prefijada.
—¿Tiene visitas la condesa? —preguntó al criado al ver el bien conocido paletó de Karenin junto a un singular abrigo con broches.
—Ahí está el señor de Karenin y el conde Bezzúbov —contestó el criado.
«La princesa Miagkaia tenía razón —pensó Oblonski al subir la escalera—; es preciso conservar la amistad de esa mujer, pues tiene muchas influencias y podría decir dos palabras a Pomorski.»
Aún no había llegado la noche, pero ya estaban cerradas las persianas en el saloncito de la condesa Lidia, y esta última, sentada ante una mesita junto a la lámpara, conversaba con Karenin, mientras que un hombre pálido y flaco, de piernas raquíticas, aspecto afeminado, con el cabello muy largo y hermosos ojos, vivos y brillantes, permanecía en la extremidad de la habitación examinando los cuadros. Oblonski, después de saludar a la dueña de la casa, se volvió involuntariamente para examinar a aquel singular personaje.
—Señor Landau —dijo la condesa, con una dulzura que llamó la atención de Stepán Arkádich.
Landau se acercó al punto, apoyó su mano húmeda en la de Oblonski, después de ser presentado por la condesa, y volvió a examinar los retratos; Lidia y Karenin cambiaron una mirada.
—Me alegro mucho verle a usted hoy —dijo la condesa a Oblonski, señalándole una silla—. Ya observará —añadió a media voz— que le he presentado a este caballero bajo el nombre de Landau; pero debo advertirle que se llama conde Bezzúbov, título que por cierto no le agrada.
—Me han dicho que había curado a la condesa Bezzúbova.
—Sí; hoy ha venido a verme —repuso la condesa, dirigiéndose a Karenin—, y me ha inspirado lástima; esta separación es para ella un golpe terrible.
—¿Es cosa resuelta la marcha?
—Sí, va a París porque ha oído una voz —dijo la condesa Lidia mirando a Oblonski.
—¡Una voz! —repitió Stepán Arkádich, comprendiendo que era preciso tener la mayor prudencia en una sociedad donde se producían tan extraños incidentes.
—Lo conozco a usted hace mucho tiempo —continuó la condesa, después de una pausa—. Los amigos de nuestros amigos lo son también nuestros; mas para ser verdaderamente amigos, es preciso darse cuenta de lo que pasa en el alma de aquellos a quienes se ama, y yo temo que en este punto no se avenga usted con Karenin. ¿Comprende usted lo que quiero decir? preguntó, fijando en Stepán Arkádich la mirada de sus hermosos ojos.
—Comprendo, en parte, la posición de Alexiéi Alexándrovich —contestó Oblonski, que no comprendía una palabra y deseaba mantenerse en las generalidades.
—¡Oh!, no hablo de los cambios exteriores —dijo gravemente la condesa, dirigiendo una tierna mirada a Karenin, que se había levantado para ir a reunirse con Landau; el alma es la que ha cambiado, y temo que no haya usted reflexionado suficientemente sobre el alcance de esta transformación.
—Siempre hemos sido amigos, y puedo figurarme ahora en términos generales... —dijo Oblonski, contestando a la mirada profunda de la condesa con otra muy cariñosa, sin dejar de reflexionar sobre cuál de los dos ministros podría servirle más eficazmente.
—Esa transformación no podría oponerse a su amor al prójimo; lejos de ello, la eleva y la purifica; pero temo que usted no me comprenda.
—No del todo, condesa; su desgracia...
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Ana Karenina (Vol. 2)
Historical FictionAna Karenina es la historia de una pasión. La protagonista, que da nombre a la obra, es un personaje inquietante y fascinador por la intensidad de su vida. Tolstoi, buen psicólogo y conocedor del mundo que le rodea, abre la intimidad de Ana y traza...