Capítulo 12

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Por primera vez en varios días no me despertó el amanecer, sino el olor a café recién hecho. Cerré los ojos con más fuerza aún, sumergiéndome en ese aroma que tanto me gustaba y que tan buenos recuerdos solía traerme. Sonreí.

Abrí los ojos finalmente al notar una leve presión en el colchón, casi a la altura de los pies. Alba sostenía una taza en cada mano, vestida con una de mis sudaderas.

-Buenos días – esbozó – No sabía si despertarte

-Lo estoy

-Bueno, eso es obvio – rodó los ojos – Ah, perdona – añadió – No encontraba la parte de arriba de mi pijama y no quería bajar en tirantes

-¿El pijama de abuela? – apunté, sonriendo aún más

-Ese

¿Se acababa de poner roja? Milagro del Señor

-No te preocupes

Me incorporé ligeramente y acepté sin dudar la taza que me ofrecía, disfrutando en silencio y concentrada completamente en el olor. Alba tampoco decía nada. Parecía preocupada o, al menos, bastante metida en alguna idea que le rondaba la cabeza. Qué graciosa estaba con esa sudadera, mínimo tres tallas más grandes, cubriéndola hasta las rodillas ocultando con holgura sus manos.

-Creo que…voy a hablar con Carlos – dijo por fin con cierta determinación

-Ah. Eso es…bueno, supongo – apunté

Menudo comentario de mierda

-Bueno, no sé yo. Le voy a decir que es gilipollas y que deje de dar por culo, básicamente – explicó - Eso sí que era nuevo. El día anterior me hubiera matado por preguntarle sobre el tema, y ahora salía de ella darme detalles – Y…bueno. Eso significaría que tendría que quedarme a dormir aquí lo que queda de cuarentena. Si no te importa, claro

-Oh, no. No. No me importa – me apresuré a añadir

-Vale. Guay – Se puso de pie, dejando la taza a un lado de la cama. Iba a quitarse la prenda, pero la frené

-No hace falta. Osea, si no quieres, no. Luego ya me la das

-Gracias. Bueno, voy a…

-Sí

-Te dejo desayunar

Tuve que resistir la tentación de ir a espiar. Estaba feo, y por mucha curiosidad que me diese, no iba a invadir su intimidad de esa manera. Ni la suya ni la de nadie, así que me quedé metida en la cama, disfrutando de lo poco que me quedaba de café mientras revisaba el móvil.

Escribí a mi madre para decirle que estaba bien y que todos lo estábamos, que lo llevábamos como podíamos. Ellos, por suerte, también lo estaban, incluyendo a mis hermanos. A Santi, los rumores de la declaración del estado de alarma le habían pillado fuera de casa y, nada más enterarse, había vuelto corriendo a Pamplona. Me alegraba saber que mi familia estaba bien. Muchísimo.

Rechacé la idea de meterme en la ducha. La temperatura había vuelto a subir y con un poco de suerte podría bañarme en la piscina. Por ende, opté por abrir la ventana y ordenar un poco la habitación. Después de eso saldría a buscar a María para ponerla al corriente de los últimos e intensos acontecimientos.

Durante la tarea di con la parte del pijama que Alba no encontraba. La doblé y dejé bajo su lado de la almohada. Me cambié de ropa y me peiné con rapidez. Aún era temprano, pero no quería desaprovechar la mañana. Salí al pasillo en busca de mi amiga sin la certeza de dónde se encontraba, pero no tardé ni un minuto en detenerme. Al igual que la noche anterior se escuchaba jaleo. Y mucho. Muy mal disimulado, técnicamente y para ser más exactos.

A otro ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora