Capítulo 31

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Me desperté sudando. Tenía muchísimo calor. Abrí los ojos con dificultad y miré en dirección a la ventana. La persiana estaba perfectamente echada, de modo que no era el sol el causante de mi repentino malestar. Sentía que me ardía el cuerpo, desde las puntas de los pies hasta las cuencas de los ojos, que parecía que se me iban a salir. Las extremidades pesaban y me costaba moverme. No recordaba la última vez que me había encontrado tan sumamente mal.

Traté de llamar a Alba con un hilo de voz a penas audible que no consiguió que se inmutara. Lo intenté de nuevo, sin éxito; las palabras no me salían. Empezaba a quedarme sin ideas y eso me agobiaba. Con bastante dificultad, contraje la pierna para empujarla, haciendo repetidas muecas a causa del esfuerzo y el dolor. Así pasaron unos cinco minutos hasta que, por fin, los intentos comenzaron a dar resultado.

-¿Natalia qué pasa? – refunfuñó, acomodándose de nuevo

-Alba… - emití ronca

El tono de mi voz fue suficiente para que las alarmas de la rubia se disparasen para ponerla sobre alerta

-Natalia, Natalia – Se giró con rapidez, palpándome la frente – Dios, estás ardiendo

-Qué aguda – bromeé, tirando de las pocas fuerzas que tenía, esbozando una sonrisa torcida

- Mierda, mierda – bufó, retirando las sábanas con energía – Tienes muchísima fiebre. Voy a llamar a María

Alargué la mano para cogerla de la muñeca antes de que pudiese marcharse. Alba observó el agarre y clavó sus ojos en los míos

-No lo hagas – pedí – Imagínate que tengo…

-No – atajó – Ni se te ocurra pensar que tienes coronavirus. Me niego

-Con un poco de suerte, me muero por fin – Esbozó una mueca de enfado que no traspasó sus palabras

-Deja de decir tonterías

-Escúchame, ahora en serio. Lávate las manos y ve a ver a la Mari si quieres, pero no la dejes entrar. No sabemos qué tengo y si es eso, no quiero contagiar a nadie

Alba pareció aceptar mi petición, no sin resignación. Desapareció por la puerta del baño. Pude escuchar con claridad el sonido del agua corriendo y el sonido de sus manos al frotarse con el jabón.

-No tardaré – prometió, dedicándome una sonrisa nada tranquilizadora 

Y así fue. Las voces me llegaban a ratos, nerviosas y entrecortadas, probablemente porque se habrían detenido a hablar en el pasillo. Pronto se unieron a ellas dos personas más, probablemente Miki y Cris, formando una auténtica algarabía. Elevaban el tono, volvían a bajarlo, alguien chistaba… así un buen rato. Pronto comenzaron a empastar unas con otras en mi cabeza, incapaz de distinguir ya nada con claridad. Me encontraba demasiado cansada y confusa.

El rumor quedó finalmente sustituido después de un acalorado debate por un conjunto de pasos que parecían dirigirse a la habitación. Alba asomó tímidamente la cabeza a través del hueco de la puerta.

-Natalia – pronunció con un nudo en la garganta – Hemos pensado que…lo mejor sería…

-¿Me vais a sacrificar? Puedo soportarlo – sonreí débilmente

-Idiota – masculló. Parecía estar algo más relajada – Hemos pensado que lo mejor sería que te quedaras aislada hasta que sepamos qué tienes. Por si acaso

-Me parece lo más coherente - Giró la cabeza y asintió. Pude oír varios suspiros de alivio detrás de la puerta. Mis amigos se asomaron por encima de la rubia, con guantes de cocina de diversos colores cubriéndoles las manos y pañuelos cubriéndoles las bocas – Chicos – hice un puchero, evitando reprimir las lágrimas que se me agolpaban al ver la preocupación inundando sus ojos

-Natalia – María se elevó con dificultad sobre el resto, de puntillas – Te subiremos la comida. Tranqui

-Gracias Mari

-Iré a la farmacia a por algo para la fiebre

-Bueno, bueno, ya está bien. No os va a conceder una entrevista. Largo – bromeó la rubia, disipando la mini aglomeración y cerrando la puerta

-¿Qué haces aquí? Deberías irte

-No – respondió segura, casi autoritaria

-Pero Alba. Si estoy contagiada, tú…

-Tenía que elegir entre pasar el aislamiento contigo o separada de ti, y he decidido – se sentó en el borde y cogió mi mano, entrelazando nuestros dedos – La opción estaba clara – Giró levemente la muñeca para dejar ver la alianza de madera

-Estás loca – mascullé, negando ligeramente con la cabeza

-Lo estoy – afirmó – Por ti

Sentí aquellas palabras como un soplo de aire fresco que despejó por un instante las tinieblas de mi cabeza

-¿Has dicho eso de verdad o es que estoy delirando por culpa de la fiebre?

-Las dos cosas

Sonrió contra mi frente, dejando un tímido beso sobre ella.




Al cabo de un par de horas, María apareció en el umbral de la puerta igual que la vez anterior, salvando que había sustituido el pañuelo por una mascarilla que probablemente había comprado en la farmacia. Alba se apresuró a recoger la bandeja que traía junto con una botella de agua y un blíster. Cruzaron un par de frases y se despidieron.

-¿Qué es? – pregunté con curiosidad, incorporándome con algo de esfuerzo

-Pues…pasta para ti y ensalada para mí – anunció contenta, bordeando la cama para sentarse a mi lado

-¿Ensalada? ¿No sabe prepararte otra cosa? Vas a acabar con cara de vaca – farfullé

-Se la he pedido yo, tonta. Me ha preguntado antes

-Ah – Me encogí en el sitio, avergonzada. Por suerte, la fiebre ocultaba el color que tendría en las mejillas

-Pero gracias por preocuparte – sonrió, acercándome mi plato - A penas me comí los primeros tortellini, noté cómo me desgarraban la garganta, esbozando una mueca de dolor y un quejido ronco - ¿Qué te pasa?

-La garganta…me duele – expliqué, casi con un puchero – No tengo ganas de comer

Se apresuró a coger el plato para dejarlo en la bandeja junto al suyo. Volví a recostarme al borde de la exasperación. Lo que me faltaba era no poder comer. Lo pasaba particularmente mal estando enferma. Honestamente, se me daba fatal. Cuando era más pequeña, mi madre acababa harta de mí, probablemente porque lloraba demasiado y me gustaba que me prestasen atención.

La cosa había cambiado; tanto, que prefería pasar el suplicio sola. Siempre. Por eso me sentía culpable, sabiendo que Alba iba a tener que soportarme, y más aún porque no sabía si tenía el puto virus y que tenía muchas probabilidades de que se contagiase por mi culpa. La rabia me salía a borbotones en forma de lágrimas.

-Diez euros por tus pensamientos – susurró, enjugando una de ellas

-No valen tanto, te lo aseguro – musité, dejando escapar una carcajada

-No digas tonterías – Sus dedos se enredaban en mi pelo, invocando la calma en mi interior - ¿Qué te pasa?

-Que quiero poder comer – Busqué abrigo en su pecho, dejándome hacer

-Encontraremos la solución – respondió con optimismo - ¿Quieres que le pida a Madame Escarmiento una sopa?

-No tengo hambre ahora mismo, pero gracias – rechacé, dejando un beso en su clavícula

-¿Qué te apetece entonces?

-¿Puedes contarme algo? Necesito distraerme – pedí, pegándome más

-¿Algo como qué? – rio

-Cuéntame lo de aquella vez que creías que habías perdido a Queen – Pasé un brazo por encima de su cintura, asiéndome con fuerza

-¡Pero si ya te sabes esa historia!

-No importa. Me gusta escucharte contarla. Me hace sonreír – admití contra su pecho

-Está bien. En el primer año de la carrera…

Me concentré en su voz en su voz, sonriendo con cada punto cómico del relato hasta que perdí el hilo, invadida por el sueño.

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Un poquito de softismo y dramita a partes iguales, ya sabéis jajajaja Espero que os haya gustado (qué pesado soy con esa frase). Hasta mañana!! (Si la uni lo permite)

Tw: @Srgio_Aguilar

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