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—¡Niña desobediente!—la Madre Sonia me agarra del cabello y me saca de mi silla en la larga mesa donde estamos comiendo—¿Pensaste que no me enteraría?

Maldición, me descubrieron, de nuevo.

Salí anoche, porque estaba desvelada. Sólo salí al patio y me quedé sentada bajo un árbol hasta que el cansancio me ganó y volví a mi habitación. Sin embargo, eso no está permitido. Además, fue la primera noche de regreso en la habitación con las otras chicas, luego de un castigo.

—Madre, por favor—intento que suelte mi cabello, porque duele, aunque me he acostumbrado.

—Vas a quedarte en la habitación de castigo hasta que aprendas, ¡Sin comer!

Esta es la rutina de prácticamente todos los días. La Madre Sonia o la Madre Pía me encierra en el cuarto de castigos sólo por desobedecer algo. No soy mala, lo prometo, pero no puedo encajar en lo que ellas me piden que sea. Es demasiado, incluso para mi, que no conocí otra vida más allá de este convento y las Madres. Vivo en este lugar desde que tengo memoria. Nunca conocí a mis padres, me dejaron aquí con una nota, una noche. Lo único que decía, era que mi nombre era Siria.

Somos al menos diez chicas aquí. Tres de ellas fueron enviadas por sus padres para que las educaran y les enseñaran a ser buenas esposas. Yo crecí y también fui educada para obedecer al hombre que fuera a casarse conmigo, aunque faltan al menos dos años para eso, puesto que tenemos que casarnos luego de cumplir dieciocho y yo cumplí hace unos meses los dieciséis.

Las Madres todos los años hacen una reunión para que los hombres de la ciudad nos conozcan y puedan casarse con las que ya tengan edad suficiente o reservar a las que somos menores. Claire, por ejemplo. El que será su esposo la conoció en la subasta del año pasado, cuando ella tenía diecisiete así que este año vendría a buscarla. Recuerdo ese día y cómo lloró Claire, aunque cuando su padre lo supo, se sintió orgulloso. Su hija había encontrado un marido.

Con mis dieciséis años, estoy tranquila de tener dos años más para poder aprender a comportarme, a pesar de que llevo toda mi vida intentándolo. Aunque en realidad no quiero hacerlo. Hay algo en mi interior que me dice que no debo aceptar esto, que debo escapar, que fuera del convento, lejos de las Madres, algo grande me espera.

Sé que pasa todo un día hasta que la Madre Pía viene a buscarme al cuarto de castigos. Es prácticamente mi habitación y asumo que mi delgadez extrema se debe a que como muy poco. La falta de comida es parte de los castigos. Si estás débil y hambrienta, harás cualquier cosa con tal de recibir un poco de comida.

—Sal, Siria—ella es menos mala que la Madre Sonia, pero igualmente, no me gusta verla enojada—tienes que ayudar a preparar la comida

Asiento en silencio, sin rebelarme, porque no tiene sentido hacerlo ahora y además, la cocina es el único lugar del convento que siempre me gustó. Ella camina delante mío y yo la sigo hasta la cocina, donde encuentro a Claire y Hannah, otra de las chicas, cortando verduras.

—ella va a ayudarlas—Madre Pía les habla—tiene prohibido comer.

Ella se va y yo suspiro. Las chicas levantan los ojos y, corroborando que no haya nadie cerca, hablan.

—¿Qué ha pasado ahora? Anoche no dormiste en nuestra habitación—murmura Claire.

Ella es una de las tres chicas que fueron traidas por sus padres.

—fui al jardín por la noche y me atraparon—hablo igualmente bajo mientras que me dispongo a cocinar. Mi estómago gruñe por la falta de alimento.

—¿Te han dejado sin comer de nuevo?—Hannah habla sin mirarme y yo hago un sonido para afirmar—eso es inhumano. ¿Cómo aguantas, Siria?

—te acostumbras—digo, sin querer hablar sobre ello. Llevo aquí toda mi vida y me he criado así. Además, es cierto. Te acostumbras a todo. El dolor, el insomnio y las noches eternas encerrada y aislada se hacen cada día menos pesadas, porque me estoy volviendo insensible.

Obediencia |+18| (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora