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Soy vagamente consciente de estar acostada en alguna superficie incómoda. Un leve ronroneo me alerta de que estoy en un vehículo en movimiento y las risas y voces a mi alrededor me aturden.

—¿Qué va a hacer con ella, señor? — una voz levemente conocida habla.

Una mano toca mi cabeza y una punzada de dolor me atraviesa, pero no puedo moverme.

—todavía no lo he decidido— dice el que, supongo, es Anás. Las voces son un poco difusas y no logro captarlas bien— apúrate.

—claro, señor.

Durante un tiempo, logro mantenerme despierta, aunque con los ojos cerrados. Sin embargo, en algún momento, vuelvo a caer en la inconsciencia.

Cuando abro mis ojos, estoy en una cama. Es bastante simple, para una persona y la habitación oscura, pero no sé si porque es de noche o porque no hay ventanas.

—ya despertaste— una voz desconocida habla desde algún rincón de la habitación y de pronto, se enciende una luz.

El hombre está parado justo al lado del interruptor de la luz y hago un recorrido rápido por la habitación, viendo lo que me rodea. No tiene ventanas, ni muebles ni algo que pueda usar para defenderme de un posible ataque.

—¿Por qué estoy aquí? — pregunto, luego de unos segundos en los que Anás y yo nos miramos.

Salgo de la cama y me paro, tratando de no sentirme inferior a él. ¿En qué lío me metí?

—no voy a hacerte daño, si eso te preocupa— dice, levantando sus manos, como si intentara mostrar que no tiene un arma— solo quiero hablar contigo, luego te dejaré ir.

—¿Me dejará ir? — pregunto un poco confundida.

—sí, lo haré— él da un paso al frente y yo, involuntariamente, retrocedo— vamos a charlar, Siria— el hombre abre la puerta, que estuvo bloqueada por su cuerpo hasta recién — ven, supongo que aquí te sientes acorralada.

Supones bien.

Él me deja pasar y lo hago, temiendo que él me ataque de alguna forma. Sigo con el vestido azul oscuro que llevé a la reunión y estoy descalza, porque me había sacado los zapatos para poder escapar. ¡Qué tonta fui!

—¿Puedo saber en dónde estamos?

—en mi casa— dice mientras caminamos por un pasillo iluminado artificialmente—seguimos en la ciudad.

—no entiendo por qué estoy aquí— murmuro— si su idea es dañar a Zaid a través de mí — digo, tomando coraje— déjeme decirle que no logrará nada.

—¿Por qué lo dices? — Anás me mira curioso.

—A Zaid no le importo— mascullo.

—¿Eso crees?

—es lo que demostró hasta ahora— digo— yo... en serio, no sé nada sobre lo que Zaid hace, ni me interesa saber— insisto— así que...

¿Quieres matarme ya y ahorrarme el regreso con Zaid?

—tienes una personalidad bastante interesante, Siria— dice el hombre, ignorando por completo todo lo que le dije— y un nombre guerrero, también.

Nunca me sentí guerrera. Ni siquiera tengo la mitad o una décima parte de la resistencia de las tierras sirias.

Pasamos por otro pasillo, giramos a la derecha y cuando creo que todo es un chiste y estamos en un laberinto, Anás se detiene. Abre una puerta doble de madera, bastante alta y de aspecto antiguo y pesado, que da a un comedor amplio. No hay nadie sentado, pero veo algunos hombres en las tres puertas que hay.

Obediencia |+18| (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora