Capítulo 30: Entonces...no te vayas.

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N/A: Tómense el tiempo (si pueden, claro) de escuchar la canción que dejé, además de que es preciosa, siento que encaja mucho con la relación que tiene Alexander con Takumi. 


— Espero que tengas claro todo.

—Sí.

Colgué sin despedirme. Tener que verlo, no solo a él sino que a los demás, fue lo peor que podría haberme pasado. Decidí postular a un instituto con habitaciones para no tener que ver sus caras y a él se le ocurre elegir heredero tiempo después; para peor, me elige a mí.

Tomé una gran bocanada de aire.

Debe ser una maldita broma.

La dejé salir con fuerza.

Levanté mi cabeza y miré con firmeza mi reflejo en el espejo. Aún puedo recordar con claridad sus ojos llenos de odio clavados en mí, sin quererlo, mi padre había sentenciado mi muerte.

—Solo olvídalo —me dije.

Aunque nadie estuviera de acuerdo, en especial yo, no podíamos hacer nada, después de todo él ya había decidido; seríamos unos locos si nos fuéramos en su contra.

Guardé el celular en mi bolsillo y salí del baño en el que me encontraba. La penumbra inundaba la siguiente habitación, gracias a la luz de la luna que entraba con firmeza por la ventana me era más fácil ver la silueta de los objetos que estaban a mí alrededor. Miré su cama. Envidiaba la tranquilidad con la cual dormía y sin querer...un sentimiento y una pregunta comenzaron a nacer en mi interior.

Me he ausentado por tres días, si quiera...

— ¿Se preocupó por mí al desaparecer por unos días? —las palabras solo salieron al ritmo en que las pensaba. De inmediato llevé mis manos hacia mi boca y me inmovilicé por unos segundos. Agudicé mi vista por unos segundos para notar algún movimiento de su parte pero...nada. Quité mis manos y suspiré, tenía suerte de no haberlo despertado pero lo más importante, ¡¿qué idioteces estaba pensando?! No somos nada, ni si quiera amigos y yo estaba esperando que me notara.

Con lentitud me acerqué a su cama, me ubiqué de cuclillas a su lado para quedar a su altura.

— ¡Tsk! ¿Por qué me atrae tanto una maldita pulga? —pronuncié por lo bajo, levantando con cuidado un pequeño mechón ubicado en la mitad de su cara y luego lo dejé caer a un lado.

Por primera vez, podía ver su rostro sin apuro y apreciar con detalle cada facción que lo definía. Su cara era pequeña, igual que todo su cuerpo, ante mis ojos, un chico totalmente normal, lo único extraño y fascinante era su color de pelo y ojos, coincidente mente, los dos de color rojizo entonces...¿por qué tiene que atraerme tanto? ¡Además es un chico! ¡Argh!, ¡no lo entiendo! Nunca antes me había sentido así.

— ¡No lo entiendo! —volví a repetir en un susurro frunciendo el ceño con fuerza.— Maldito, ¡¿por qué tienes que complicar mi asquerosa vida?! —aguanté como pude las ganas que tenía de tomarlo por los hombros y sacudirlo con fuerza.

Pero...aún así yo...

—Dime...¿qué puedo hacer para acercarme a ti? Las bromas no están funcionando...

Suspiré. Igual...no importaba, somos chicos, él nunca se fijaría en alguien como yo y eso era lo correcto. Me puse de pie y sin titubear abandoné la habitación para dirigirme a mi lugar favorito de todo ese horrible lugar. No me interesa si alguien me ve, gracias a mi apellido, no podrá tocarme, una gran ventaja de haber nacido en esta familia...o quizás la única. En nada llegué a la azotea y caminé hacia la baranda que me separaba de caer al vacío.

Nunca te olvidaré.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora