Capítulo II. Fábrica Nacional de Moneda y Timbre

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Sentada en la parte de atrás de la furgoneta miraba con fijeza la máscara de Dalí que el Profesor nos había dado. No es que me pareciera muy interesante, pero necesitaba mantener la vista en un punto fijo para evitar marearme. No era muy aficionada de los viajes en el maletero de un furgón. 

El mono rojo que llevaba puesto, y que se adaptaba perfectamente a los cuerpos de cada uno de nosotros, se ceñía a mi cintura, marcándola más que la ropa que solía llevar habitualmente. Necesitaba estar concentrada, pero no podía evitar atender a la conversación que mis compañeros de atraco estaban teniendo en ese momento.

- ¿Quién ha sido el máquina que eligió esta careta? – preguntó Río, provocando que todos levantáramos la vista hacia el lugar en el que se encontraba sentado.

- ¿Qué le pasa a la careta? – preguntó Berlín de vuelta. Su voz generó en mi un pequeño escalofrío que me sacudió por completo, pues fui consciente en ese momento de la escasa distancia que había entre los dos.

Desde que me había levantado aquella mañana había tomado la decisión de ignorar, por todos los medios, su existencia. Sabía que sería algo difícil, especialmente si éramos las dos únicas personas al mano del atraco, pero no tenía pensado dar mi brazo a torcer. Ya había dejado que jugara demasiado conmigo. 

- Pues que no da miedo, que otra cosa va a pasar – replicó el más joven de todos, negando – Debería ser un monstruo, un zombie, o un esqueleto, tal vez.

Solté un bufido y no pude evitar meterme en la conversación.

- No estamos en Halloween, Río. Los zombies y los esqueletos ya hace mucho que pasaron de moda – suspiré – Si quieres que te tomen en serio, debes ir más allá. No pretendemos entrar disfrazados en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. Pretendemos crear un movimiento. Si entramos con una careta que usaría un niño de diez años lo único que daremos será risa.

Todos me miraron con el ceño fruncido, a excepción de Berlín, que tenía una sonrisa ladina que me dieron ganas de borrarle de un solo golpe. El susodicho terminó sacando una pistola para apuntar la cabeza de Río.

- Con un arma en la mano te puedo asegurar que da más miedo un loco que un esqueleto.

Me vi obligada a extender la mano para bajar su brazo y, con él, su arma. Parecía que el ambiente empezaba a ponerse tenso, y eso era lo último que necesitaba. Terminó guardando la pistola en su cinturón, y yo aparté la mano rápidamente.

- ¿Sabéis lo que da miedo de verdad? – preguntó Denver entonces, todavía dándole vueltas al temas de las caretas – Los dibujos de los niños. Si llevásemos una careta de Mickey Mouse o incluso del pato Donald, estarían todos acojonados.

- Gracias por el consejo, Denver – gruñí yo – La próxima vez que tengamos pensado llevar a cabo un atraco de tal magnitud te pediremos ayuda con la indumentaria.

Sé que mis palabras pudieron sonar hirientes, pero es que cuando estoy concentrada no soporto que nadie altere esa calma interior. Necesito que todo salga a pedir de boca. Aún así, no tardé en estirar el brazo para agarrar la mano de Denver, apretándosela con suavidad. Ese gesto fue suficiente para que comprendiera que le estaba pidiendo disculpas y, sobretodo, para que me perdonara. Me lanzó una leve sonrisa antes de ponerse la máscara, y yo hice lo mismo.

Berlín ya hacía varios minutos que se la había puesto, por lo que no pude ver su cara ante mi gesto con Denver, aunque si que lo imaginé a la perfección.

Cuando llegó el momento nos bajamos de la furgoneta y cada uno de nosotros ocupó su posición. El Profesor sabía con total seguridad que la única forma de entrar en la fábrica con todo un arsenal de armas y explosivos era haciéndolo dentro del camión que cada semana entraba en el edificio cargado con las bobinas de papel moneda listas para imprimir. Interceptar a los guardias fue una tarea fácil, y antes de que pudiera ser consciente de ello, ya estaba subida al coche de policía con el uniforme puesto.

El mayor robo de la historia  (LCDP: Berlín) [EDITANDO] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora