Capítulo 19. El delfín sangriento.

1.6K 116 8
                                    

Lo levantamos como pudimos y lo colocamos sobre una camilla. Su cara parecía una vidriera rota, llena de cristales. Miré sus ojos y comprendí que la situación era peor de la esperada. Y que si la cosa salía bien, iba a sufrir mucho dolor. 

Poco a poco Martín fue recuperando la conciencia. Al principio no abrió los ojos, no era capaz, pero Tokio terminó obligándolo a ello. Teníamos que ver como de graves eran las heridas. 

Cuando lo hizo, sus pupilas se giraron hacia mí, y yo le devolví la mirada. Quise sonreírle, pero no valía la pena, tanto él como yo sabíamos que la situación era bastante grave. Suspiró. 

- Bendito bastardo.-dijo, en un susurro, haciendo que frunciera el ceño, sin comprender.- Con estas heridas ya no tendré que ver tu feo rostro. 

Imbécil. Hasta con esquirlas en la córnea era quien de bromear. 

- No te preocupes, Palermo, nos encargaremos de quitarte uno a uno esos cristales, para que puedas volver a disfrutar de mi fealdad. 

Sonrió, pero no dijo nada. La idea de que le quitáramos los cristales no le hacía gracia. Pero es que a mi, me hacía aún menos gracia. 

- ¿Ves algo?.-pregunté, apuntándole directamente con una linterna. 

- ¿Como carajos quieres que vea si tengo la vajilla de mi abuela clavada en los ojos? 

Apagué la linterna y suspiré. Miré a Tokio y comprendí cuales eran sus intenciones. Y, por una vez, estaba de acuerdo con ella. Mónica también entendió lo que pretendíamos, porque se apresuró a negar. 

- Tokio, necesita un oftalmólogo, no hagas nada. Llama al Profesor. 

- El Profesor está ocupado, Estocolmo.-respondí yo.- Coge el botiquín quirúrgico, el número 4. Hoy vamos a jugar a que somos cirujanas. 

Martín se tensó ante mis palabras. 

- Se necesita una precisión de micras.-respondió, tratando de incorporarse, cosa que le impedimos.- ¿Y prentendés extraerme los cristales con las pinzas con la que se depila el mato groso? 

He ahí el Martín de siempre. El machista empedernido. 

Me puse detrás de él y le agarré la cabeza con ambas manos. 

- Palermo, lo vamos a hacer, te guste o no, así que tienes dos opciones: quedarte quieto, que te quitemos los cristales, y ver; o negarte, moverte, o levantarte, y quedarte ciego el resto de tu vida. Tú decides. 

Mientras hablaba Tokio ya le había metido una pistola en la boca. Gilipollas. 

- Pelotuda.-gritó Martín cuando conseguimos separar a Tokio. 

- Tokio, déjalo ya.-mi tono fue serio, y por una vez me obedeció.-Ya decidiremos que es lo que hacer con él, así que, por el momento, lo dejaremos para cuando Nairobi y Bogotá hayan logrado entrar en la cámara. 

Porque esa era la tarea de Nairobi y Bogotá. Abrir la cámara acorazada, sortear todas las medidas de seguridad, y empezar a fundir el oro. Y, la verdad, sólo tenían 16 minutos y 30 segundos para cumplirlo. Si algo salía mal, por mínimo que fuera, estaríamos muertos. 

Limpié los ojos de Martín escuchando sus innecesarias quejas, y los vendé todo lo bien que me permitió. 

- Ni se te ocurra hacer más tonterías.-susurré en su oído, antes de darle un suave beso en la mejilla. 

Tokio nos observó en la lejanía, pero la ignoré. 

Sabía que en la banda muchos de ellos pensaban que Martín y yo manteníamos una relación, pero no había nada más lejos de la realidad que esa. 

El mayor robo de la historia  (LCDP: Berlín) [EDITANDO] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora