Capítulo III. Nada de relaciones personales, ¿o sí?

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No había sido la única que le había gritado a Tokio, pues Denver y Nairobi también la estaban poniendo fina. Y bien merecido que se lo tenía. No terminaba de entender porque el Profesor había contado con alguien como ella.

En ese momento me encontraba fuera de la sala de descanso, pero podía escuchar con tal claridad los gritos que se dirigían los unos a los otros. De uno de los bolsillos del mono saqué un cigarrillo que empecé a fumar nada más encenderlo. No es que fuera algo que acostumbrara a hacer, pero en momentos como aquel me ayudaba a templar los nervios. Estas situaciones de estrés sólo podía calmarlas fumando, o corriendo. Y en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre no parecía que la segunda opción fuera muy factible.

- ¿Qué estás haciendo aquí fuera?

No necesité girarme para saber que se trataba de Berlín.

- Estoy tratando de relajarme para no mandar a Tokio a tomar por culo a la primera cárcel que se me ocurra – respondí, tras darle una larga calada al cigarrillo.

Automáticamente sentí la mano de mi compañero golpeándome, de modo que el cigarrillo cayó al suelo. Berlín se puso frente a mí con cara de pocos amigos. Encarné una ceja y aproveché la posición para echarle todo el humo en la cara, provocándole un leve ataque de tos. Apoyé mi espalda contra la pared mientras veía como poco a poco se iba recuperando.

- ¿Tú sabes lo caros que son los cigarrillos? – le eché en cara, con una sonrisa ladina.

Me lanzó una mirada fría cargada de insolencia. No había en sus ojos rastro de emoción. Dejó que por la comisura de sus labios asomase una sonrisa antes de alejarse un poco de mí.

- Algunas queriendo matarse y otros muriendo sin poder evitarlo – susurró, girándose de nuevo para mirarme – Que ironías de la vida, ¿a que sí?

Debo reconocer que se me encogió un poco el corazón al escuchar esas palabras salir de su boca, aunque no dejé que lo notara.

- Sin duda, Berlín – le respondí, en cambio – A veces pienso que debería haber escogido al otro hermano – comenté, cambiando de tema, y observando su reacción.

Para mi sorpresa, soltó una sonora carcajada.

- No sabía que ya habías elegido – respondió, mirándome con detenimiento – O mejor dicho, que hubieras tenido capacidad de elección.

Le devolví la mirada que me lanzó, y por un momento creí que nos perderíamos el uno en los ojos del otro. Esos ojos que tantas veces había visto mientras hacíamos el amor. Sacudí la cabeza, tenía que sacarme todos esos recuerdos de la mente de una vez por todos.

Decidí ignorarlo y pasé por su lado para entrar en la sala de descanso, donde parecía que los humos ya se habían calmado. Sus palabras aún rondaban mi cabeza, y no pude evitar acordarme de alguna de las cosas que pasaron durante nuestra estadía en Toledo.

"Mi relación con Berlín era un tanto extraña. Su actitud era cambiante en función del día, y empezaba a cansarme el hecho de ser un simple juguetito para su uso y disfrute. Llevábamos casi tres meses viéndonos noche sí, noche también para, finalmente, actuar como dos completos desconocidos.

De cara a los demás, entre él y yo no existía ningún tipo de relación pero, ah, cuando se hacía de noche parecía el hombre más enamorado del mundo.

Iba pensando en todo eso mientras caminaba por uno de los pasillos. Al ir tan sumamente ensimismada no me di cuenta de que alguien giraba la esquina al mismo tiempo que yo e, irremediablemente, caíamos al suelo tras recibir un fuerte cabezazo.

El mayor robo de la historia  (LCDP: Berlín) [EDITANDO] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora