Capítulo 40. La huida. 🔴

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Fuimos Nairobi y yo las encargadas de repartir a cada uno de los rehenes, a excepción de 15 de ellos, un saco con las pepitas de oro. Tras eso, los fuimos organizando en grupos de cuatro, en los cuales, Helsinki y Palermo se encargaron de atar un explosivo en el pecho de uno de los rehenes. 

Mientras tanto, Estocolmo y Río repartieron un arma falsa a los 15 rehenes que quedaban sin saco. Serían los que nos cubrirían, haciendo creer a la policía que esos éramos nosotros. 

- ¿Crees que saldrá bien?.-me preguntó Nairobi, una vez acabamos de hacer el reparto. 

- No lo tengo muy claro, Nairobi.-le respondí, sin mirarla, y siendo totalmente sincera.- Si la suerte está de nuestro lado, si, será la mejor huida de la historia. Si no...Te recomiendo que te despidas de Bogotá.-sonreí. 

Negó con la cabeza. 

- No me voy a despedir, ni de él, ni de ti, ni de nadie. Porque sé que esto saldrá bien. Confío en el Profesor. 

- Yo también confío en él, Nai.-esta vez si la miré.- Pero lo que vamos a hacer en unos minutos, no tiene nada que ver con Sergio. Nada. Él no puede controlar la reacción de los rehenes, de la policía, nada. Dependemos de nosotros mismos. Dependemos de ellos.-miré al resto de mis compañeros.- Y eso es lo que más miedo me da. 

No dijo nada más. 

Fue entonces cuando vimos bajar a Manila, Matías y Tokio con máscaras exactamente iguales que las de los rehenes. Se situaron cada uno de ellos en un grupo, de modo que ahora ya no eran cuatro, si no cinco rehenes por grupo. 

Denver, Río y yo subimos entonces las escaleras, para bajarlas después vestidos de la misma forma. Cada uno de nosotros nos distribuimos en otros grupos de cuatro. Los rehenes, movidos por el ansia de salir y el desconcierto, no fueron conscientes de que poco a poco todos fuimos desapareciendo. 

Berlín y Nairobi serían los últimos en salir del Banco. Las dos personas que más me importaban serían las dos personas que más peligro correrían. 

Cuando las puertas del Banco se abrieron, una de las rehenes de mi grupo me agarró del brazo con fuerza, como si hubiera perdido las fuerzas. El devolví el agarre, al fin y al cabo tenía que fingir. Mi grupo era el quinto en salir. Cuando por fin lo hicimos, vi como los rehenes que ya había depositado sus sacos en el camión, se encontraban ahora muy cerca de la vaya. Suspiré. 

El corazón me latía tan fuerte que creía que se podría escuchar en el exterior. Cuando llegamos al camión y me subí para dejar el saco de oro, no me podía creer que las cosas estuvieran saliendo tan bien. 

Bajé de nuevo y me puse al lado de los demás rehenes. La que antes me había agarrado ahora se había alejado de mí, y su lugar había sido ocupado por otra persona que conocía bastante bien. Denver. 

- ¿Cómo estás?.-susurró, sin mirarme, pero lo suficientemente cerca de mi como para que solo yo pudiera escucharle. 

- Nerviosa.-suspiré, al ver como siguiente grupo había acabado de dejar el dinero, y era ahora el turno de Nairobi y de Berlín. 

Cuando pasaron por delante nuestra, Denver me agarró de la mano. Se la apreté con fuerza, y fue entonces cuando ocurrió. 

Nairobi dejó caer su saco de pepitas de oro, seguida de Berlín, que hizo exactamente lo mismo. Los rehenes de ese grupo, supongo que por inercia, soltaron también los sacos. 

Se formó un revuelo tremendo, en el que policía y rehenes se mezclaron. 

Tal y como el Profesor había previsto, las puertas del camión se cerraron ante nuestros ojos, y antes de que arrancara, me eché hacia atrás, hacia la valla que nos separaba de la muchedumbre, y tiré de ella para dejarla caer. 

El mayor robo de la historia  (LCDP: Berlín) [EDITANDO] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora