Capítulo 21. El osito de peluche.

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- Eh, tú, Viuda Negra, tráeme un poco de agua.-me gritó Gandía, al pasar por su lado. 

Me giré despacio. 

- ¿Cómo me has llamado? 

- Viuda Negra, lo que eres. 

Sonreí.

- ¿Quieres agua?

Asintió. 

Cogí una botella con la mirada de Denver fija en mí, como si temiera que pudiera cometer cualquier estupidez. Palermo, a su lado, estaba tenso.

- ¿Qué está pasando?.-le preguntó a Denver, pero fui yo quien le respondió. 

- Nada, querido amigo, es que aquí nuestro compañero Gandía tiene sed. Muy amablemente le voy a dar de beber. 

Me acerqué despacio a Gandía, y él abrió la boca. 

Al principio incliné levemente la botella, para que el agua entrara con lentitud en su boca, pero no tardé en volcarla del todo. Provocándole un ataque de tos. Estaba empezando a atragantarse. Cuando el agua le salió por la nariz, me alejé de él. 

- Cuando vuelva a tener sed, me avisas.-le pedí a Denver, alejándome de ahí. 

Viuda Negra. No pude evitar reírme. Razón no le faltaba, pero no iba a permitir que me faltase al respeto de ese modo. 

Cuando iba a salir de allí, vi como Palermo se acercaba peligrosamente a Gandía. 

- Ni se te ocurra volver a dirigirle la palabra a un miembro de la banda, a no ser que te mandemos, ¿captas?

- Ya vino el sudaca a hablar.-dijo Gandía, mientras yo caminaba despacio hacia Martín, sabía que de un momento a otro la cosa se iba a desmadrar.- Sudaca, hijo de puta, tuerto y maricón. 

- Sudaca, si...-susurró Palermo.- Pero de la escuela Alemana, la de Berlín. 

Antes de que pudiéramos hacer nada, alzó el bastón que le habíamos dado para que se manejara con cierta soltura, y empezó a golpear a Gandía. 

- Denver, sácalo de aquí.-le pedí, mientras salía de allí. Las cosas se estaban poniendo bastante mal. 

Entré en la sala donde estaba la radio para comunicarnos con el Profesor, y Denver y Estocolmo no tardaron en entrar con Palermo entre los dos. 

- Siéntate, Palermo.-le pedí.- Es el momento de quitarte estos cristales. 

Parecía que iba a negarse, pero finalmente se dejó hacer. 

Tokio llegó, y con su ayuda destapé los ojos de Martín, y poco a poco fuimos quitando los cristales más grandes y peligrosos. 

Finalmente le tendí un parche, para que se cubriera el peor de los ojos. 

- Aquí tienes, Capitán Garfio. Confía un poco en nosotras, y no te lo quites. 

Hizo una mueca de desagrado, y cuando iba a hablar, la radio sonó. 

- ¿Palermo?.-dijo la voz del Profesor al otro lado de la radio. 

- Al habla.-respondió el susodicho, mientras todos nos poníamos a su alrededor. 

- ¿Está Tokio ahí?

- Dime, Profesor.-habló entonces esta. 

- Río ya está en España. 

Me llevé las manos a la boca de la sorpresa, y corrí a abrazarla. Celebraba que nuestro plan estuviera saliendo bien, y que Río estuviera a punto de volver con nosotros. 

El mayor robo de la historia  (LCDP: Berlín) [EDITANDO] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora