CAP XXXIV

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Volver a los días de no dormir y tener que prestar su más absoluta atención a ese pequeño, que los tenía a todos embobados, estaba siendo más agotador de lo que recordaba.

Los padres de Kudo iban a pasar unos días en Tokyo tras el nacimiento de Shinobu, y por el buen tiempo que hacía esos días, decidieron hacer una comida para poder presentar a su hijo a sus seres más cercanos.

Akane parecía encantada con la idea de tener un hermano pequeño al que atender y con el que poder jugar. A pesar de los pocos días que habían pasado, la familia ya había cogido un vínculo muy fuerte, era muy fácil sentirse bien cuando.

Shiho se abrochó los últimos botones de la camisa y acomodó su pelo en un moño desordenado y refinado a la vez. Prefería recogerse el pelo si tenía que cargar de Akane o Shinobu, de la otra manera, no hacían más que enredar sus deditos en su pelo, algo no poco doloroso.

Toc toc

"Adelante." Contestó volteándose del espejo.

Kudo, que esos días radiaba de felicidad, apareció tras picar a la puerta, luchando con la pajarita  y el cuello de su camisa.

"Mis padres están a punto de llegar y los niños ya están listos." Le informó sin dejar de mirar la pajarita.

"¿Que elegante te has puesto, no?" Preguntó ella al ver que ella sólo lucía unos tejanos y una camisa de color ocre. "¿No se supone que es una comida familiar en el jardín de casa?"

"Tú siempre das mejor impresión que yo, lleves lo que lleves puesto." Le alabó.

Ella se acercó a él y le dio un golpe en el hombro. "Deja de decir esas cosas y déjame que te ayude anda." Contestó cogiendo la pajarita en sus manos. "Te la estás poniendo mal y mira que eso ya es difícil." Rió ella.

"Es que no encuentro el botón." Se quejó. "A ti, milagrosamente, se te dan bien todo."

"Me lo tomaré cómo un alago, aunque mientas." Le dijo riendo a la vez que su mirada se clavaba en la suya, provocando que se sonrojase. "Deberías dejar de mirarme con esos ojos. Solo proyectan la idea que tienes y quieres ver de mí."

Él inclinó la cabeza acercándose un poco más a ella. "A mí ya me gusta lo que ven."

Contestó disfrutando de su cercanía mientras trataba de no sonrojarse. Se sentía deleitado por el olor a vainilla que desprendía su piel, acompañado de esos bonitos ojos verdes que nunca se había cansado de mirar.

Apoyó una mano con suavidad en su mejilla, intentando captar su calidez a la vez que sentía cosquillas bajo su tacto. El momento era tan agradable que, ni ella se apartó, ni él se molestó apartar la mano. Siguió sus dedos hacia su cuello y apoyó su mano en su nuca mientras sus respiraciones estaban tan cerca que se mezclaban.

Ella tenía la mirada nerviosa, pero no rechazó su caricia. Cerró los ojos bajo su tacto y apreció ese agradable gesto, podía sentir el cariño a través de sus dedos y su corazón le bombeaba cómo si se hubiese vuelto a convertir en una adolescente. Estúpido, pero cierto. Notó cómo el bello se le erizaba bajo sus yemas e inclinó la cabeza ligeramente, apoyando su frente en la suya.

Él aprovechó su reacción para acercarla un poco más a él, enredando un poco sus dedos en sus cobrizas hebras. Pensó por un momento en intentar atreverse a cerrar el espacio que quedaba entre ellos, pero cuando estaba a punto de conseguirlo, el llanto de su hijo invadió la atmósfera y ella se separó de él tan rápido que apenas le dio tiempo a reaccionar o decir palabra.

El pasado no desapareceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora