¡Bienvenida!

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Pasaron dos largas semanas, risas prolongadas y encuentros íntimos silenciados por la noche, la vida rozaba el término de paz y Rin no podía pedir más. Sus arduos entrenamientos continuaron esta vez con los soldados regulares, a veces era inevitable que recordara a Ryuji y se preguntaba como estaría. La extrañaba era la mera verdad. Oyuki se mostró más atenta y las reuniones de té en los jardines se hicieron más frecuentes, el entorno sobre el que Rin se formaba de gran amabilidad y atención.

Por las noches eran los momentos favoritos de la muchacha, su señor trabajaba todo el día y aunque solía visitarlo por momentos o lo asaltaba en los pasillos contándole sobre algo que había aprendido ese día y de vez en vez robarle unos besos o caricias. Cuando era niña le toco que el demonio la lamiera en pequeñas heridas que se llegaba a hacer, ahora a momentos deslizaba su lengua por alguna parte de su cuello, como si la saboreara para devorarla después, cosa que hacía todas las noches.

Los días transcurrieron hasta que el amo dio una noticia, los sirvientes del palacio se conglomeraron en el jardín principal y el solo habló desde su gran balcón de piso de mármol. Se acercó hacía el borde y prosiguió:

-Habré de irme esta tarde, se encargaran de sus labores tal cual lo han hecho hasta ahora, cualquier acto de desobediencia será castigado.-Muchos sintieron un escalofrío y al final solo hicieron una reverencia.

Fue corto su discurso, sin detalles y sin cambiar su voz fría. Rin se sentía deprimida de que no tendría cerca a su señor, pero sabía que él regresaría, aunque a veces por la noche la asaltaban pesadillas donde el la abandonaba. Despertaba asustada y en ese momento un pálido brazo la abrazaba, atrayendola al pecho desnudo del Lord y en segundos lograba conciliar el sueño tranquilo. No quería estar sola, detestaba estarlo, pensaba en Oyuki y Jaken pero muchas cosas habían pasado y el fuerte lazo que lo unía con el perro se había cada vez mas imponente.

Sin embargo, su nana ya la conocía lo suficiente, esa misma mañana mientras el Lord arreglaba detalles de su viaje, llegó con una petición. Se llevaron un poco más de una media hora y finalmente, la kitsune hizo una reverencia y salió.

El sol comenzaba a meterse y Rin se sentía cada vez más ansiosa. Jaken lo estaba aún más pues parte de la administración del palacio quedaría en sus manos.

-Pero señor Jaken, yo recuerdo que usted me había dicho que quería el puesto de ministro del imperio de mi señor, ¡lo ha logrado!

-No es tan fácil, Rin. Un error y mandará cortarme la cabeza.-Decía imaginándose su cabeza rodar.

-No piense eso, es obvio que el amo no lo haría.-Le aseguró tranquilizando al demonio.

Sesshomaru caminó a paso sereno con Rin por una de las veredas del palacio hacia los establos de las bestias de transporte, ella se asombró de ver a Ah-Un con una carroza para dos personas, algo pequeña pero confortable y detrás dos sirvientes terminaban de colocar dos baúles.

-Amo ¿irá en compañía?.-Jaken no iría ni ella, ¿entonces, quién?

No respondió hasta que llegó donde estaba el dragón.

-Buenas tardes, Lord.-Oyuki salió detrás de Ah-Un, Rin ya no entendía de que iba todo eso. Un sirviente abrió la portezuela para entrar a la cubierta de Ah-Un.

-Irás con Oyuki al Sengoku.-Sentenció Sesshomaru quien comenzaba a caminar alejándose de las mujeres. Un rápido palpitar acudió a su pecho.

-¿De verdad? ¡Muchas gracias!.- Antes de que pudiera alejarse más, Rin le abrazó por la espalda y reía para si misma.

-Gracias, amo.

-Pórtate bien.

Ella sonrió llegando hasta su rostro.

Estaciones de una vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora