Calidez

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-¿Una pesadilla?-Preguntó Kagome a Oyuki mientras tomaban el té.

-Dice que a mitad de un sueño placentero, la risa de una mujer malvada la asustó.

No eran necesarias más palabras, ambas sabían a que llevaban esas pistas. Sin darse cuenta Rin había tenido un sueño de la noche en que había perdido la memoria.

-¿Crees que...?

Kagome se mordió el labio creyendo que estaba diciendo disparates.

-¿Qué cosa?

Aún dudosa le dijo en voz baja.

-¿Crees que haya manera de que Rin recupere su memoria?

Oyuki entrecerró sus ojos observando la taza en sus manos, meneó un poco el líquido pardo y suspiró.

-Yo... Yo soy de la idea de que Kumone pudo sellar su mente y memoria, pero no su corazón.

Esas palabras impregnadas de calidez sopesaron en el corazón de la sacerdotisa, en su mente aún mantenía la esperanza de la joven muchacha recuperase la verdad de su vida y el sendero que hacía años había escogido al lado de Sesshomaru.

Se hundieron en un agradable silencio, sin saber que unos ojos agua las observaba. Mitsuki hizo un gesto triunfal y se echó a correr por los pasillos, antes de terminar el pasillo observó la silueta de su padre que subía las escaleras.

-¡Papá!-Exclamó y dando un gran salto se prendió de la esponjada estola. Sesshomaru podía aguantar las travesuras de su hija aunque muchas veces se internaba en una pelea por no perder la paciencia.

-Estoy ocupado ¿qué deseas?-Le preguntó con su acostumbrado tono de voz. La pequeña que no le llegaba ni a los hombros le hizo un ademán para que se inclinara hacia ella. Sesshomaru alzó una ceja y se acercó a ella poniendo su oído a disposición de Mitsuki.

Pero está no le dijo nada, más bien impregno en su mejilla un tierno beso.

-No te preocupes papá, yo me encargaré de que mi mamá vuelva a nosotros.-Dicho esto reanudó la carrera bajando por las escaleras. Su padre se quedó quieto confundido por lo que había dicho y hecho.

-Niños...-Susurró y siguió su camino.

Aunque su rostro carecía de emoción alguna dentro de él parecía consumirse algo más que la furia. Esa noche... Él partiría.

Habían llegado noticias de qué un gran ejército se estaba conglomerando en el norte y que esté había comenzado su trayectoria hacia el palacio del oeste.

Ha hecho su primer movimiento.- Pensó.

No podía darse el lujo de esperar hasta que llegasen y destruyeran el pueblo, eso... Eso dejaría en vano la decisión que Rin había tomado y jamás podría permitir que eso sucediera.

A primera hora había enviado órdenes que las tropas se enlistaran, en realidad él no iba a ocuparse por cada monstruo que se le topase, él solo quería deshacerse de ese odioso bicho que se había cruzado en su vida, pero viendo que sus tierras estaban en peligro, no dudo en qué debía atacar la manera más común; con agresión, guerra y sangre. Así debía ser.

A las afueras de la ciudad había un enorme campamento. Miles y miles de demonios se enlistaban y otros más llegaban de lejos uniéndose a la batalla. Muchos de ellos aún eran personas que acompañaban al general perro en tiempos de gloria, otros más con el deseo vivaz de participar en una guerra encarnizada. La duda persistía, a final de cuentas, no importa cuántas batallas hayas ganado: siempre es una incógnita el saber si regresarás o no.

Estaciones de una vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora