Capítulo 4 ✔

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Cuando llegamos al instituto, nos dirigimos directamente al despacho del director y, oh, vaya, que sorpresa, no está. Nótese el sarcasmo.

—Tenemos al director más perezoso de la historia. —comenta y, por primera vez, coincido en algo con él.

—Vamos al gimnasio, el material para pintar debe de estar allí.

Lysander asiente con la cabeza y vamos en silencio hasta el lugar. En una mesa del gimnasio, hay dos botes bien grandes de pintura azul y dos rodillos. También han cubierto el suelo de papel para que no se manche.

—Apuesto que el papel lo han puesto las limpiadoras. —comento mientras cojo un rodillo.

—Es obvio, el director no va a mover un dedo en su vida. —resopla y yo río.

Cojo mi pelo oscuro en una cola un poco desastrosa debido a que me llega más abajo de la barbilla. Luego, mojo mi rodillo en la pintura, lo sacudo un poco para quitar el exceso y empiezo a pintar la pared sin prestarle atención a Lysander. Yo estoy pintando en una punta de la primera pared y el en el otro extremo y sin hacernos ni caso.

Vale, eso no es del todo cierto. Lo miro de vez en cuando de reojo, pero es para comprobar que está pintando bien, no tiene nada que ver con que sea guapo o que me guste. ¡Que no me gusta! Para nada, jamás me gustaría.

—Laura, sé que me estás mirando. —me dice con descaro.

Me sonrojo y trato de no volver a dirigir mi atención hacia su parte.

—Estoy comprobando que estás haciendo bien el trabajo. —le informo con voz neutra.

—Lo que tú digas, Cereza. —sonríe, burlón. Ruedo los ojos y lo ignoro.

Seguimos un rato en un silencio cómodo hasta que estamos demasiado juntos. Como era de esperar, si empezamos cada uno en un extremo, el centro lo pintamos entre los dos y, por ende, estamos demasiado cerca.

Mi respiración se corta abruptamente cuando su brazo desnudo se topa con el mío. Cierro los ojos por unos segundos para buscar la concentración de nuevo.

Lysander, sin embargo, deja de pintar para acercarse a su rodillo y tocarlo, manchando su mano de pintura. Lo miro con confusión hasta que se acerca a mi a trompicones y mancha mi nariz. Lo ha hecho todo tan rápido que ni siquiera he podido moverme.

De verdad, a este chico le dan ataques extraños.

—¡Lysander! —busco con mi mirada en la mesa algo de papel para quitarmela antes de que se quede pegada.

Sólo me faltaba eso, tener permanentemente la nariz azul.

—Tenías demasiado color cereza, de nada —sonríe ampliamente ante mi mirada furiosa—. Por cierto, pareces un gatito enfadado, no me asustas con tu mirada.

Estoy a punto, pero a punto, de golpearlo con todas mis fuerzas.

Sin embargo, Lysander se acerca a mí y me da un pañuelo. Tremendo error por su parte. En un movimiento rápido meto mi mano en el bote de pintura y mancho su mejilla. Él retrocede, sorprendido.

Toma esa, Ambrose.

—Oh, vaya. Ni con esas se arregla tu cara.

Su expresión pasa de ser atónita a ser desafiante. La he liado de nuevo, pero no me importa en lo absoluto.

—¿Estás segura? —se acerca a mí hasta dejarme contra la mesa— Llevas mirándome toda la tarde y, si yo fuera feo, no lo harías. ¿O me equivoco?

Miro sus preciosos ojos verdes sin saber que decir exactamente. Eso para él significa que ha ganado, por lo que sonríe victoriosamente.

—Ay, cereza, ¿no te habrás enamorado de mí? —sonríe con confianza. Está demasiado cerca y mis hormonas no me dejan pensar con claridad.

¡Qué empiece la guerra! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora