Capítulo 13 ✔

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Maratón 2/2

Estoy ya saliendo del estadio cuando alguien me llama frenéticamente.

—¡Laura! —se trata de Lysander. Me giro para mirarlo— ¿Te vas? Creía que ibas a venir a la fiesta.

—Sí, iba de camino. Felicidades por ganar. —murmuro sin mucha emoción.

Me encantaría ser de esas personas que pueden fingir estar bien cuando no lo están, pero yo simplemente no sé hacer eso.

—No pareces muy entusiasmada. —se pasa las manos por el pelo, despeinándolo más.

Me encanta y me distrae a partes iguales la manera en la que su camiseta de fútbol de pega a su cuerpo marcándole los abdominales. Me despista tanto que se me olvida contestarle y él alza una ceja mientras me dedica una sonrisa burlona.

—No es por ti, es... —digo por fin.

—Por Ángel, lo sé. —asiente casi imperceptiblemente.

—¿Sabes de qué hablaba con vuestro entrenador? —indago con las esperanzas de pillar algún dato.

Él se frota las manos. ¿Por qué está tan nervioso? Oh, no, por favor, no me digas que soy la única persona en este pueblo que no sabe la verdad.

—Cereza...

—¿Lo sabes o no? —sueno más borde de lo que pretendo.

—Sí, joder. Pero son cosas de Ángel, no mías. Lo siento, pero no te puedo decir nada hasta que él no hable contigo.

—¿Esto es en serio? —siento una chispa de furia incendiarme.

—Si te sirve de consuelo, le he presionado para que te diga la verdad.

Asiento con la cabeza.

Aunque no me guste admitirlo, en parte, tiene razón: él no tiene la culpa ni tiene que darme explicaciones sobre temas familiares que no le conciernen. Se acerca a mí y aparta el pelo de mi cara.

—Voy a ducharme, nos vemos en la fiesta. —deja un beso en la comisura de mi boca que me deja ardiendo.

Mis cuerdas vocales se niegan a emitir ningún sonido así que se va y yo sigo con mi camino hasta la fiesta.

Oigo un grito desde detrás de un árbol, me giro asustada hasta que veo que son Marie y Ela. Claramente, el grito lo ha dado mi mejor amiga.

—¡Te ha besado! —se gira hacia la rubia— ¿Lo has visto?

Ella asiente con la misma emoción que Ela.

—Shh, bajad la voz que os oye —protesto mientras retomo el camino con ellas—. ¿Qué hacíais espiándome?

—¡No estábamos espiándote! —Ela habla demasiado atropelladamente como para ser cierto.

—¡Eso!

—Sólo estábamos esperándote mientras mirábamos lo que hacías. No es lo mismo.

—Si tú lo dices.

Cuando llegamos a la fiesta, los jugadores de fútbol ya están ahí. Pensaréis: ¿cómo han llegado antes que nosotras si se tenían que duchar? Pues eso es culpa de Ela, que decidió pararse en una tienda de maquillaje cuando estaba casi cerrando. Se probó mil pintalabios bajo la mirada asesina de la dependienta.

¡Qué empiece la guerra! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora