Manos Ensangrentadas.

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Salir de esa situación le pareció bastante fácil en ese momento. Medley quiso evitarse las preguntas que le haría Sira por lo cual, le cerró la puerta en la cara. Sin reparo alguno.

Medley compartió un largo rato con Lucy para ese entonces, habían hecho pizzas caseras y luego le leyó un libro, el principito, la niña la escuchaba con atención mientras cada palabra salía de su boca. De esa forma, sus ojos pequeños fueron cayendo otra vez en una oscuridad profunda llamada sueño. 

La tomó en sus brazos y la llevó hasta su cama, mientras que allí, la tapaba con sus mantas y pensó en lo mucho que quiso evitar encariñarse con la niña, pero allí estaba, la quería, lo sentía. 

Escuchó su vocesita dormida decirle algo. 

—¿Quién era el?— Preguntó refiriéndose a Sira. 

—Es..— Medley lo pensó durante un tiempo.—Alguien.—Hizo una pausa mientras la miraba desde el umbral de la puerta.—Pero puedes confiar en él.— Le sonrió y apagó la luz. 

Ya en el sofá, donde ahora dormía se puso a pensar en todo lo ocurrido en el día, aquél hombre, que la había llamado Izraíl cuando ella no se llamaba así, el hecho de que cuando tenía encuentros de este tipo, desconoce completamente sus palabras, como si no fuera dueña de ellas, también pensó en los golpes y de repente la mejilla algo roja y morada le dolía.

Y luego, llegó a sus pensamientos Sira. 

¿Quién más si no?

No entendía si había venido aquí a ver si estaba bien o a hacerle de tutor, como si fuera su proyecto personal de cuidados intensivos. 

Ella quería que la amara y la acompañara en sus decisiones, no que fuera su guardaespaldas, ella no lo necesitaba de esa forma. 

Con todos estos pensamientos se sumió en la oscuridad y se dejó llevar. 


*Beep, beep, beep*  *Beep, beep, beep*

Se sobresaltó y ahogó un grito ante el punzante ruido de la alarma que sonaba al lado de su oreja y la apagó inmediatamente. 

El sueño la carcomía y aún no se desperezaba del todo así que decidió darse un baño. 

Le bastó mirarse al espejo para asustarse aún más al ver el color amoratado en su mejilla y un poco al rededor del ojo, estaba peor que ayer, pero por suerte no lo tenía demasiado hinchado. 

Prendió el grifo de agua caliente y se despojó de su ropa y al sentir el calor del agua, todo su cuerpo se relajó y la incomodidad de su mejilla cesó un poco, como si aquél chorro de agua la hubiera revivido. 

Pero toda esa calma se desvaneció cuando observó en sus manos, que desprendían un líquido rojizo que se mezclaba con el agua. 

La sangre se esparcía con rapidez por la bañera, y por sus pies, caía de a montones. Comenzó a temblar del pánico y con un leve movimiento se vio la palma de sus manos temblorosas, en el medio de ellas dos enormes cruces como si estuvieran cortadas. 

Tragó en seco y comenzó a llorar, la sangre no cesaba y no sabía que hacer para pararla. Todo lo que pudo hacer fue sentarse en el suelo de la bañera y hacerse un bollito, cerrando los ojos con fuerza, intentando que aquella situación fuera sólo un mal sueño del que aún no había despertado. 

El ruido de la puerta del baño abrirse la habría exaltado en otro momento, pero allí, era como si no se percatara de nada, oía todo en su alrededor pero no podía moverse.

𝕯 𝖊 𝖒 𝖔 𝖓' 𝖘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora