10. Una pausa de los cuentos

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Mi mirada no podía despegarse de la extensa calle que enfrente se encontraba, con las manos sudorosas sujetando las correas de mi mochila, miraba con la esperanza de que en cualquier momento aparecería Tin con la respiración cortada de tanto correr y un abrazo de despedida para mí. Mi padre mientras tanto apilaba las ultimas maletas en la cajuela del auto, limpiándose el sudor de la frente una vez que termino.

—¡Esta todo listo! — Exclamo con emoción mi padre posando ambas manos sobre su cadera— Vamos sube al auto que se hace tarde— Me pidió.

Mire por ultima vez la calle esperanzado, mas sin embargo la calle seguía igual de sola que antes. Muy solitaria.

No me quedo más opción que subir en la parte trasera del auto, presionando la mochila contra mi pecho, mientras mi padre me miraba por el retrovisor con una pizca de lastima y seguramente se mordía los labios con algo de impaciencia por llegar a su hogar y ponerse a trabajar. Por mas que estuve esperando Tin jamás apareció, y debo reconocer que eso me desilusiono en cierto modo.

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El viaje había sido largo ya que cuando por fin llegamos ya había obscurecido y las calles estaban vacías, lo único que alumbraba estas eran las enormes lámparas y la escasa luz de luna. Papá salió primero del coche y abrió el portón de metal pintado en un dorado chillante, para después dirigirse hacia la cajuela y haciéndome una seña para que saliera.

—La gente por aquí ya no sale después de las diez— Me informo papá sacando las maletas. Bueno quizá no era tan tarde aun— Es raro, pero será seguro— Yo solo asentí a lo dicho y tome cuantas maletas pude y me adentre en el jardín de la casa que estaba siendo alumbrado por una lampará de luz blanca. Las únicas plantas que había se encontraban adornando el camino y solo eran pequeñas macetas con florecillas blancas.

Camine por ese pequeño camino hasta que llegue a la puerta principal; observe la fachada de la casa, en su mayoría era mármol frio de color gris y rojo, enormes ventanas de marco blanco y cortinas obscuras. La casa perfecta para una clásica película de terror mexicano. Papá abrió la puerta y encendió las luces y me guio hasta la sala en donde dejo caer las maletas.

—La mudanza llegara hasta mañana— Dijo dejándose caer en el enorme sofá blanco— Puedes llevar solo lo que ocupes y en la mañana ordenas todo.

—¿Cuál será mi habitación? — Pregunte por primera vez en todo el día, tomando mi maleta y mochila.

—Vamos las habitaciones están arriba— Comento levantándose del sofá y guiándome hasta una escaleras de madera que se encontraba fuera de la sala. Con cada paso que dabas aquellas escaleras crujían causándome un ligero escalofrío.

Una vez que subimos las escaleras caminamos unas cuentas puertas hasta que nos detuvimos frente a una de color blanca, mi padre abrió la puerta y encendió la luz dejándome entrar a una enorme habitación de paredes azul cielo y un ventanal sin cortina.

Mi padre me deseo buenas noches y cerro la puerta tras él, dejándome solo para que pudiera descansar un poco. Tendí unas cuantas cobijas en el piso y coloque las luces en forma de estrellas sobre la pared-donde se supone que iría mi cama- deje los retratos con fotos de mi madre aun lado de mi y me deje caer sobre las cobijas.

El techo se veía mas lejos que de costumbre, seguramente a Tin le hubiera encantado ver sus estrellas pegadas aquí...Tin.

Espero que este bien.

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Pov's Tin

No se cuantas veces había golpeado la puerta solo sabia que mis nudillos estaban rojos y heridos, las lágrimas ya se habían secado sobre mis mejillas y mi garganta ya se había secado de tanto berrear contra la puerta cerrada de mi habitación.

—¡Tin! ¡Mi amor! — Exclamo mi madre del otro lado de la puerta con preocupación— Voy a abrir la puerta y hablaremos— Me aleje un poco de la puerta— ¿Esta bien?

—E...está bien— Solté entre tartamudeos.

Mi mamá abrió la puerta y corrió a abrazarme en cuanto me vio sentado sobre el suelo con ambas manos en la cabeza y los ojos cerrados. Sabia que me estaba viendo ridículo, que ya no era un niño y que comportarme así estaba mal, pero no podía evitarlo el solo echo de pensar que Can podría odiarme por no ir a despedirme de él me ponía nervioso.

—¿Por qué lo hiciste? — Pregunté en cuanto sentí sus brazos rodearme —¡Ahora por tu culpa él va a odiarme!

—¡Shh! Está bien cariño— Consoló mi madre sobándome la cabeza —El no volverá y tu debes seguir adelante ¿Entiendes?

Negué con la cabeza y volví a hacerme bolita al momento que dejé de sentir las caricias de mi madre.

Creo que se molestaría y me gritaría, pero en vez de eso, solo se levanto del suelo y volvió a cerrar la puerta con llave.

—Cuando recapacites que esa amistad no te conviene, te dejare salir— Dijo con seriedad y después de un momento de silencio pude escuchar sus pisadas alejarse.

De nuevo había comenzado a odiarla.

...Perdóname Can.

Orange and Blue: Cuentos para niños.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora