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I: Alaia

2001

Esta chica se llama Alaia. Está muy bien educada, es muy inteligente y siente una gran afición por los instrumentos, sobre todo por el piano. Una candidata a hija estupenda.

La pareja de aproximadamente cuarenta años cada uno se miró sonriente, esperanzados. Llevaban buscando adoptar un hijo desde hacía ocho años. Ya habían probado suerte con un niño llamado Daniel, de seis años, y una niña llamada Teresa de nueve, pero ninguno había encajado lo suficiente con ellos. Pasaron por todos los orfanatos que encontraron en Madrid, sin conseguir un resultado con el que se sintieran satisfechos.

—¿Qué edad tiene? preguntó la señora Núñez.

La madre Raquel tomó aire y esperó unos segundos antes de responder. Todos los del orfanato la llamaban ''madre Raquel'' porque era quien educaba a los niños, les apoyaba con todo, les cuidaba de forma más cercana y siempre estaba con ellos, como una madre normal.

—Tiene diecisiete.

Ese era el problema. Es una edad muy avanzada ya. Prácticamente nadie quiere adoptar a una chica que está a punto de ser mayor de edad. Cuando una familia adopta a un niño es por eso, porque quieren un hijo o hija pequeño y verle crecer, tal como unos padres biológicos.

A esa pareja se les cambió la expresión de la cara e intentaron, de la mejor manera posible, rechazar la oferta de adopción, para seguir intentando en otros lugares.

La madre Raquel lo entendía, aunque intentaba con todas sus fuerzas que Alaia fuese adoptada antes de su mayoría de edad. Pero su esperanza se disipaba poco a poco después de haber recibido más de doce ''lo siento mucho, pero...''.

—Han dicho que no, ¿verdad? — preguntó Alaia en cuanto la madre Raquel se presentó en su cuarto.

Su habitación era cuadrada. Al entrar, una ventana justo en frente, que daba al amplio jardín del orfanato (a Alaia le encantaba coger su sillón y sentarse al lado de la ventana, contemplando el exterior), iluminaba la sala del naranja atardecer; una cama individual hacía esquina en la derecha. Al lado de la puerta se encontraba el armario empotrado, lleno de fotos de Alaia y sus amigas del orfanato, que, aunque viviesen con otra familia seguían visitándola. Por último, en la pared de la izquierda se apoyaba una gran estantería llena de libros y cuadernos, además de su escritorio, con una cómoda silla. Las paredes tenían un color morado tulipán que hacían juego con la ropa de cama y el resto de los muebles eran blancos. La habitación estaba completamente decorada con lucecitas de colores.

Alaia estaba sentada en su cama, con su libro favorito "Dime quién soy'' descansando sobre su regazo.

— No te desanimes anda, seguro que encontramos a alguien. Eres una persona muy inteligente y divertida, atraes muy rápido, pero... ya sabes...

—Soy demasiado mayor. — cortó ella. — Gracias madre Raquel por seguir intentándolo, te lo agradezco de veras, pero siempre es la misma historia y he perdido la esperanza. En menos de dos meses tendré que irme.

Madre Raquel tragó saliva. Le había cogido mucho cariño a esta chiquilla, siempre había cuidado de ella, desde que apareció al orfanato con tan sólo una semana, prácticamente recién nacida. No soportaba ver que había perdido la esperanza. Tampoco quería separarse de ella, pero adoptarla supondría abandonar al resto de sus niños. No podría sacrificar tanto.

—Lo siento mucho, cariño. Sabes que puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. Al fin y al cabo, es tu casa.

Alaia consiguió sonreír, pero con lástima.

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