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X: Una ciudad con secretos escondidos

Nunca había oído hablar de los secretos que esconden las estatuas de la ciudad, pero empezó a interesarse cuando Eva le pidió que se encontrasen en la estatua de Julia a las nueve de la noche, en la calle del Pez haciendo esquina con la calle de San Bernardo. Como había hecho él el día que la llamó para quedar, sólo le dijo el sitio y la hora, dejando a la imaginación el resto.

Entonces, allí se encontraba Jonah, esperando a que la chica apareciese. Pensó en que hacía tiempo que no la escuchaba reír y sintió tristeza. Una persona no tendría que permanecer mucho tiempo sin reírse, y menos alguien como Eva.

Esta vez, no se bajó de ningún taxi ni de ningún coche, simplemente llegó caminando desde la salida del metro, algo que le extrañó un poco, porque se había fijado que Eva siempre iba acompañada a dondequiera que fuese. Al verla se entusiasmó y no pudo esconder la emoción que se esforzaba en controlar. A medida que se acercaba dudaba de si darle un abrazo o dos besos o cualquier gesto cercano, lo cual no hizo falta porque, como si lo necesitase, cuando la chica estaba a pocos metros se lanzó a abrazarle. Permanecieron unidos un par de minutos, sin decir nada, pero diciéndolo todo al mismo tiempo.

Se separaron y se miraron unos largos segundos, intentando descifrar algo que ninguno de los dos sabía, pero qué más daba, la comodidad que sentían entre ellos no lo hacía necesario. Entonces Eva se fijó en la estatua.

Te presento a Julia, es como mi punto secreto con mi prima Kelly. dijo ella. Fue una joven estudiante que se disfrazó de hombre para poder ir a la universidad. fijó la mirada en su acompañante. Tú descifras a las personas, pero puedo decirte que las estatuas también esconden sus misterios.

Aquello hizo sonreír a Jonah y soltar aire a modo de risa suave. Por primera vez en mucho tiempo no sabía qué decir. Eva lo notó, suspiró y comenzó a caminar hacia la derecha, siguiendo la calle.

Parece que hoy me toca a mí mostrarte algunos secretos, uno de la ciudad y otros míos. — introdujo la chica.

Estoy intrigado, nunca había sido un explorador intrépido del corazón.

El comentario hizo que Eva riese, pero reprimió la risa pronto para concentrarse en lo que tenía pensado contarle. Jonah se sintió feliz al ver ese ligero acto, al menos había escuchado un poco de su característica sonrisa. No era un tema sencillo para ella y quería hacerlo de una manera que no diese pena. Sabía que no tenía por qué contarle nada, pero lo necesitaba y no consideraba a nadie mejor que Jonah para desahogarse de todo sin que juzgase.

Bueno... em... Quería hablarte del asunto de... mi enfermedad. soltó despacio.

Te regalo mis oídos y mi atención. Entiendo que no es algo fácil.

Ya... en fin, supongo que tengo que comenzar desde el principio, ¿no?

Tendría más sentido empezar por el final, me parece a mí. dijo con una sonrisa empática y contagiosa.

Qué listo. — dijo irónica. Entonces se puso seria de nuevo, esta vez dispuesta a empezar de verdad — Pues a ver, creo que todo empezó cuando tenía diez años, aunque apenas me acuerdo de los detalles fue algo que no creo que pueda olvidar nunca. Fue un día que estaba en clase, que me di cuenta de que no podía escribir, tenía las manos súper hinchadas y casi no podía ni concentrarme, me mandaron a la enfermería de la escuela y de ahí me mandaron a casa. Al principio parecía una picadura o una reacción alérgica, pero esa hinchazón después también apareció en mis pies y los huesos me empezaron a doler horrores. Hoy día me siguen doliendo algunas veces, aunque los medicamentos me tranquilizan.

EFÍMERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora