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V: Coincidencias

En cuanto comenzaron los exámenes, los días se pasaban más rápidos, ya que únicamente seguían la rutina de estudiar-dormir-examen. Alaia era bastante aplicada en los estudios para poder asegurarse el futuro que quería, por lo que se vio obligada a reducir sus interacciones sociales. De vez en cuando, mientras la chica se estrujaba el cerebro intentando estudiar "la evolución geológica de la Tierra", madre Raquel le llevaba un té o un plato con sus deliciosas galletas, y ese gesto se apreciaba mucho teniendo en cuenta el estrés.

Así que cuando terminaron aquellos tensos días, lo único que quería hacer Alaia era dormir, echarse esa siesta que tanto se disfruta de un par de horas tras unos días de nervios absolutos. Mandó un mensaje a Bobi para reunirse más tarde, a lo que él respondió que tenía que trabajar. Supongo que me pasaré a saludarle, pensó Alaia.

Tal como había previsto, dormir unas horas sin preocupación alguna le sentó de maravilla y tenía muchas ganas de aprovechar el resto de la tarde.

Se estiró en la cama, esperó un par de segundos y se sentó al borde de esta, cogió el móvil de su mesilla y miró la hora: 18:10. Perfecto, iría a la cafetería para saludar a su amigo y después pasearía por Madrid. Al día siguiente iría a visitar a Nathan, después de poco más de una semana sin tener noticias de él, aunque estaba segura de que se encontraba bien, después de lo que le había dicho el doctor la última vez que estuvo allí.

—Nathan está estable, aunque le mantendremos ingresado por unas cuantas semanas más. Queremos asegurarnos de que su diagnóstico sea favorable y fuera de riesgos y, para ello, necesitamos tiempo de observación.

Nunca había visto a nadie ni conocía a ningún paciente que hubiera estado en observación por tantas semanas. Nathan llevaba dos sin levantarse de la camilla y eso era lo que en verdad le preocupaba.

Se vistió con la sudadera que tenía el logo de su instituto, unos vaqueros y unas deportivas cualquiera. Estaba en mediados, casi finales, de noviembre, pero aquel día era especialmente cálido, algo extraño para ese mes, por lo que no se abrigó mucho. Cogió un bolso pequeño, donde guardó lo de siempre (llaves, dinero y el móvil) y se dirigió hacia el despacho 3 del orfanato.

—Adelante. — se oyó la voz de madre Raquel al otro lado de la puerta cuando Alaia llamó con los nudillos.

Entró y se encontró a la mujer con su típica bata lila y el pelo recogido en su trenza de siempre. Estaba mirando unos papeles sobre su escritorio, seguramente papeles de adopción o las facturas del centro.

—Hola, Alaia. — dejó los papeles bien ordenados en una montaña a su lado. — ¿Qué te ocurre?

—Nada importante, madre Raquel, es sólo que quería avisarte de que iba a salir un rato, a ventilarme y a dar un paseo hasta la cafetería de Bobi.

—Está bien. Parece que los exámenes te han salido bien, ¿no?

—Sí, sí, como siempre.

Madre Raquel le regaló una sonrisa orgullosa. Esa chica era ideal para ser adoptada, cumplía todos los requisitos que una familia pedía en el momento de acoger. Bueno, menos uno. La edad. Pero estaba convencida de que llegaría alguien dispuesto a entregarle lo que ella no conocía, el amor de unos padres, antes de que cumpliese su mayoría de edad. Le quedaba aproximadamente un mes, hasta el cuatro de enero, y utilizaría todas sus fuerzas para lograrlo.

Alaia ya se disponía a salir del despacho cuando a madre Raquel le urgió preguntarle sobre ese tema del que tenía bastante curiosidad.

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