XIV

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XIV: Precisamente eso es lo que se nos agota... el tiempo.

El salón estaba sumido en una tensión silenciosa. Todos miraban a Jonah pendientes de alguna reacción, pero tras su llegada, permaneció de pie varios minutos observando a su padre como si de un fantasma se tratase.

Por su parte, Eva no entendía la situación, principalmente porque Jonah nunca había hablado de su padre y siempre supuso que éste falleció hace tiempo. En aquel momento estaba completamente confusa.

Finalmente, Carmen le pidió a su hijo que se sentase para poder hablar y él le hizo caso, caminando lentamente hacia el sofá para sentarse en el apoyabrazos, sin apartar ni un instante la mirada de aquel hombre; y Eva simplemente se apoyó en la pared, sentía que era una situación a la que ella no pertenecía y prefería actuar como observadora.

El silencio se extendió por largos minutos, hasta que el padre de Jonah decidió hablar:

—Entiendo que estés enfadado conmigo, pero Jonath-

—¿Enfadado? — suspiró Jonah. — ¡¿Enfadado?! Abandonaste a mi madre para irte con otra mujer que jamás te querrá tanto como lo hizo ella. La dejaste hecha todo un desastre y me vienes diciendo que entiendes que esté enfadado... No tienes ni idea de cómo estamos ya que nunca te ha importado.

Su madre le pasó un brazo con la espalda y le atrajo hacia sí, apoyando la barbilla sobre su cabeza. En su rostro se reflejaba una expresión de profundo dolor y comprensión, pero cuando miró a su hijo a la cara borró cualquier rastro de tristeza y le sonrió tiernamente.

—Y me llamo Jonah.

—Como quieras. — respondió su padre un tanto irritado.

—¿Por qué estás aquí? — le preguntó entonces la abuela agriamente. Desde su hamaca le miraba con el mentón en alto, desafiante, esperando a que se fuera para siempre, como ya hizo una vez. Cuando se toma una primera decisión tan complicada, como lo es la de abandonar a tu mujer e hijo, el resto son más fáciles de hacer.

El hombre miró a todos los presentes en la sala, incluso a Eva, que estaba de brazos cruzados en el umbral de la puerta que conectaba el salón de la cocina, cerca de la entrada, pero no le dio importancia y, tras un largo suspiro, lo soltó.

—Me estoy muriendo. — dijo sin más, prefería terminar con ese mal trago cuanto antes.

—¿Qué? — preguntó disgustada Carmen.

—Tengo una enfermedad. Los médicos no saben exactamente qué es, pero me hicieron unas pruebas y los diagnósticos lo han confirmado. Parece ser que es un tipo de enfermedad que se sigue investigando y que no entienden muy bien, pero las alteraciones en mi corazón son evidentes y no creen que me quede mucho tiempo.

—¿Y no pueden hacer nada? — siguió su exmujer. Eva comprendió que el amor hacia un hombre con el que seguramente has compartido los años más importantes de tu vida, por mucho que intentes apagarlo, siempre va a estar ahí. Eso era lo que le sucedía a Carmen, incapaz de aceptar que aquel hombre, que la había engañado y abandonado, fuese a desaparecer sin más, haciendo que esa última esperanza (que siempre tuvo) de que volviese con ellos, se esfumase. Miró a Jonah y entendió que ella se sentiría de la misma manera.

—Si no conocen la enfermedad, me temo que menos la cura.

—¿Ya está? ¿Sólo has venido a decir eso? Tampoco va a haber mucha diferencia de que te vayas ahora que cuando lo hiciste la última vez, solo que ya sabremos con seguridad que no volverás. — comentó Jonah frívolo.

—¡Jonah! — reprochó su madre.

El chico se levantó de golpe y salió enfurecido de la casa. Sin pensarlo dos veces, Eva le siguió. Uno corría tras el otro por todo el pueblo, esquivando a la gente, girando para tomar otras calles. Uno pensando en huir y el otro en alcanzar al primero. Perdieron la noción del tiempo y el espacio, corriendo sin pensar en un destino fijo, hasta que Jonah llegó a un pequeño acantilado desde el que se veía un amplio bosque verde. Se paró casi en el borde y cuando Eva llegó, le abrazó por la espalda, sintiendo ambas respiraciones agitadas y un súbito llanto de Jonah, que se dejó caer de rodillas junto a Eva. Nunca le preguntó el por qué de esas lágrimas desesperadas. Quizá fue por liberación, por frustración, por esperanza perdida como su madre... eso sólo lo supo él. Pero esas gotas de agua contenían emociones reprimidas que, por fin, estaban siendo soltadas.

Y así permanecieron horas, uno envolviendo al otro, entre suspiros, lágrimas y una cálida sensación de apoyo. Parecían dos estatuas abrazadas al borde de un acantilado que, a medida que pasaba el tiempo, iba tiñéndose de un naranja intenso por el pincel que era el atardecer de primavera.

Al volver, el padre de Jonah ya se había marchado, no sin antes pedirle a Carmen que le dijera a su hijo que, a pesar de las circunstancias, siempre le había querido y siempre le querrá, aunque dichas palabras le sonaron vacías; el delirio de un hombre que estaba a punto de perderlo todo y quería recuperar lo más valioso de su vida en un último intento, pero que había descubierto demasiado tarde.

Con esta rápida sucesión de los acontecimientos, el día para regresar a Madrid ya había llegado y con fuertes abrazos e intensos besos en las mejillas, las dos mujeres se despidieron de los jóvenes, prometiendo seguir escribiéndose cada dos semanas, como llevaban haciendo desde que Jonah partió a la ciudad. Observaron cómo el autobús desaparecía a lo lejos, un pequeño punto de color entre el extenso paisaje.

Nathan suspiró cansado, había estado todo el fin de semana narrando la historia y recordar cada detalle y transmitirlo suponía un cansancio mental que, en su estado, se triplicaba. Alaia le observaba expectante, con una expresión de asombro en la cara.

Increíble. Nunca podría haber imaginado que el padre de Jonah aparecería, sinceramente, y jope me da pena porque tanto la familia de él como la de Eva son un desastre. Aunque al menos Jonah tiene a su madre y abuela, ¿sabes?

Lo sé, pero mira el lado positivo, así todo el amor que les faltaba lo compartían entre ellos.

Es verdad.

Alaia empezó a recoger un poco sus cosas. Todos los días traía una sábana de pelo y un cuaderno para garabatear ideas que se le ocurrían al escuchar la historia de Nathan.

Por cierto, no has dicho cómo se llamaba el padre de Jonah.

No es necesario, un hombre como él no merece ser recordado como tal. Él era un cobarde, según lo que me han contado, así que yo tampoco lo recordaré.

¿Y tus padres Nathan? preguntó de pronto Alaia, intentando sacarle algo de información acerca de él.

¿Mmm? Oh, mis padres... ellos fallecieron hace ya unos años. por un momento fingió que miraba el reloj de la sala. ¿No tenías que estar pronto en el orfanato?

Ya...

Terminó de recoger y un tanto desanimada se dispuso a salir del cuarto.

Alaia. la chica se giró a mirarle. Entiendo que tengas curiosidad acerca de mí, pero sólo te pido que te centres en el verdadero protagonista de esta historia, es lo único que te pido, por favor.

Le miró un par de segundos y asintió con una leve sonrisa.

Una última cosa. añadió ella antes de marcharse. En Navidades voy a pasar unos cuantos días con Bobi, es por avisarte con antelación en el caso de que no pueda venir unos días antes.

¿En serio? Eso es genial. Pues supongo que tengo que darme más prisa en contarte la historia.

Está muy bien cómo la cuentas ahora, no tienes por qué ir más deprisa, después de las vacaciones tengo más tiempo. Bueno, ¡hasta mañana!

En cuanto se hubo ido, Nathan se puso a mirar por la ventana cómo los pájaros revoloteaban disfrutando de las últimas horas de luz del día y se sintió por un momento como esos animalitos... "Precisamente eso es lo que se nos agota, Alaia... el tiempo."

EFÍMERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora