Un interesante encuentro

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Corría por los pasillos de la universidad, iba malditamente tarde y si no alcanzaba a cruzar la puerta de mi salón, antes que mi profesor, reprobaría por asistencia, agradecí enormemente mi buena condición física, ya que, hubiese sido imposible recorrer el tramo que recorrí en tan poco tiempo, de no pasar varias horas corriendo tras el balón. Cuando estaba a punto de llegar a mi objetivo, mis zapatillas y el resbaladizo piso, me jugaron una mala pasada, en cámara lenta vi como mi pie se resbalaba y mi metro ochenta y cinco, terminaba de manera estruendosa y vergonzosa a la mitad del pasillo, el golpe fue tan fuerte, que me dejó sin aire en los pulmones y con un dolor punzante en la cadera y costillas, muchas veces cuando uno se caía no se quería poner de pie por la vergüenza, esta vez era el dolor profundo el que no me permitía hacerlo.

-Señor Kanawut, ¿se encuentra bien?, preguntó la seria voz de mi profesor, a unos centímetros de mí.

-Lo siento señor, venía tarde y distraído, dije sentándome con cuidado en el piso, aún sin atreverme a levantar mi cuerpo -Si me da un minuto, ingresaré a clases.

-Vaya a la enfermería, dijo con un suspiro -No se preocupe, que esta vez, al menos se la razón por la que está faltando.

-Muchas gracias señor, dije viendo como ingresaba a la sala y cerraba la puerta, cuando quedé solo, traté de ponerme de pie, afirmándome en la pared, pero el dolor se intensificó haciéndome gemir con frustración, hasta respirar era doloroso.

- ¿Necesitas ayuda?, dijo una voz masculina y suave a mi espalda, sin esperar mi respuesta, sus manos tomaron mis caderas, haciéndome gemir por el ardor que sentí -Lo siento, no sé de dónde tomarte.

-No te preocupes, estoy bien, dije mordiendo mi labio con fuerza, el resto del camino a la enfermería lo hicimos en silencio, era increíble como el tacto de sus manos en mi piel era tan tranquilizador, lo cual era bastante extraño, ya que, era un hombre y nunca me había sentido muy cómodo con que alguno me tocara.

Con cuidado me depositó en la camilla, cuando llegamos a nuestro destino, recién en ese momento me fijé en el rostro de quien me había ayudado, piel blanca, ojos profundos, bella sonrisa, sin lugar a dudas, el típico hombre, que con sólo un gesto de su rostro, hacía caer bragas por doquier.

-La enfermera ya viene, dijo acomodando unos cabellos de su frente que molestaban sus ojos -Voy un poco atrasado, así que debo dejarte, espero que no tengas nada grave.

-Muchas gracias, dije viendo como se despedía con la mano, cuando quedé solo, maldije mi estupidez, no había preguntado el nombre del muchacho, había perdido la oportunidad de tener un nuevo amigo, o al menos eso traté de pensar, cuando me di cuenta, de que estaba bastante interesado en quien me había prestado ayuda.

La enfermera me revisó y por suerte no tenía nada de especial cuidado, me dio antiinflamatorios y algo para el dolor, así como unos parches fríos para la espalda y cadera, con cuidado y lentitud llegué al cuarto que compartía con mi mejor amigo Saint, quien ocupaba su computadora en la cama, el cual al verme llegar sonrío.

- ¿No deberías estar en clases?, dijo enarcando una de sus cejas, haciendo que su tierno rostro, se volviera en uno suspicaz, el de sobra sabía mi problema con la asistencia.

-Tuve un accidente, dije dejando los medicamentos en mi mesa de noche, de inmediato se puso de pie y preocupado se sentó a mi lado, después de contarle todo, empezó a revisar mi cuerpo, el cual ahora estaba lleno de moratones, con suavidad me acariciaba, tratando de que el dolor se fuera, si pensaba en esto, Saint era el único hombre al que le permitía tocarme, después de mi trauma infantil, fue el único al que le permití seguir a mi lado.

El amor todo lo curaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora