CAPITULO 18

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Quince días, quince días habían pasado y su doctora, no lo llamaba, no le escribía , nada de nada llegó a creer que le mando una paloma mensajera pero la pobre perdió su camino por los grandes edificios de la ciudad; no dormía porque en sus sueños solo ella aparecía, lo levantaba de noche entre varias caricias y innumerables besos sobre su cuerpo, ella aparecía con un bebydoll negro súper sexy , con lencería de encaje o simplemente sin nada pero a final siempre lo dejaba y ahí es cuando despertaba, con una erección, como si los viejos tiempos de adolescencia hubieran vuelto.

Sería qué las rosas no le gustaron, si no son rosas, entonces qué ¿Claveles? ¿Tulipanes? ¿Petunias? ¿Margaritas?” atormentaba su cabeza con esos pensamientos.

No aguanto mas, no le importo que pensará que era un acosador o lo que sea pero ya no podía soportar lo, hasta pensó que sería bueno romperse una pierna para tener un buen motivo para ir a su hospital sin que lo rechazará.

No fue necesario.

La herida en su abdomen necesitaba una revisión cada mes, cuál sería el problema de ser precavido he ir dos semanas antes, ninguno se respondió así mismo. Tomo unos jeans negros y una playera blanca y unos botas, no quería que ella actuara raro si conocía su verdadera identidad, un famoso empresario, soltero y millonario, ya había tenido experiencias de ese tipo, mujeres ambiciosas que lo buscaban solo por su dinero, no veían su cara si no su billetera; pero quería confiar que ella era diferente, y así era,  era especial, más brillante y hermosa que el resto, era una de un millón, incluso en su traje azul de cirugía, se veía más guapa que el resto de doctoras a su alrededor. Recordó que lo había visto en su traje Armani de miles de dólares y sintió como idiota, por su estúpida idea, ya lo había visto y aún así lo apartaba sin consideración, sin contar la rosas, que no fueron nada baratas.

Había programado una cita desde la mañana, pero no consiguió que fuera con la gran cirujana Emilia Shephard, al contrario de su objetivo fue derogado a un doctor de nombre Tom Elías; su plan era llegar un par de horas antes de su cita y encontrarse la por “casualidad” en urgencias, en la cafetería o tal vez en la sala de espera.


El turno de Emilia se vio extendido por un “inteligente chico” que decidió tragarse un anillo de diamante para que la policía no lo detuviera por robarle a una pareja de turistas, muy buena idea si no hubiera sido por el diamante que corto las paredes de su estómago y ahora perforaba sus intestinos. Pobre no solo iría preso por su delito, si no que viviría por el resto de su vida con una bolsa para heces, buenos órganos echados a perder por la estupidez humana, tantas personas sin la oportunidad de tener órganos sanos y él hacía eso.
Informo a su madre, que poco o nada le importaba el estado de su hijo, por lo único que pregunto cuando la tubo cerca fue si  podían entregarle en anillo para “devolvérselo” a la pareja para que supuestamente no acusaran a su hijo.

Hasta donde llegaba la codicia de un ser humano, como para condenar a un pequeño inocente a su vida de mierda, y ni siquiera brindarle un poco de atención, tantas formas de cuidarse y protegerse de un embarazo, y ya si se descuidaron o decidieron tenerlo, por qué no darlo en adopción para que tuviera unos buenos padres, unos padres responsables que lo quisieran y que velarán por su salud. No, no lo hacían, preferían sumergirlos en la misma situación de desesperación en la que vivían probablemente para no sentirse solos, para que luego más tarde ese niño hiciera lo mismo y el ciclo se repita una y otra, y otra, y otra vez. 

Quiso golpearla y enseñarle una lección para que reaccionara de su estupidez, pero se calmo, controlo otra vez sus emociones, porque su función no era juzgar su vida eso lo haría un juez, ella solo debía salvar vidas con un bisturí no con palabras.


Ya su ira  contenida había sido expulsada con un buen bocado de su sandwich, y pronto iría a casa, a descansar en su cómoda cama y nadie podría impedirselo.

— Hola — dijo, alzó la mirada confiando en que su cabeza la engañaba — ¿Está bueno? — pregunto señalando su almuerzo.

Termino de pasar lo que aún estaba en su boca y limpio la comisura de sus labios con la servilleta cuando por fin decidió contestar.

— Si, estaba muy bueno hasta que te vi.
— ¿Por qué? — cogió la silla frente a él y se sentó a su lado — ¿Yo estoy más bueno?

Quiso morir cuando sintió el leve calor en sus mejillas, pero se controlo para no quedar como una loca.

— No, no es por eso — trato de levantarse pero la retuvo tomando  su muñeca.
— De verdad no entiendo, porque me rechazas siempre.
— Mira niño bonito — dijo Emilia acercando su rostro al de él para quedar a milímetros de distancia — A mi no me gustan las relaciones serías pero tampoco permito que me tomen el pelo y me conviertan en la tercera rueda de una bicicleta — soltó su agarre — Llámame cuando estés soltero.

Dejo una tarjeta sobre la mesa y volvió a perderse por los pasillos del gran hospital. Su turno ya había terminado cuando miro su reloj, se cambió de ropa y e encamino hacia la salida pero si celular sonó.

Soy soltero — dijo.
Que bueno — sonrió.
¿Por qué te gusta jugar conmigo? — se hoyo casi como un susurro, que hizo que su piel se erizará con su voz, fuerte pero dulce a la vez.
No lo sé ¿Me divierte?
A mí me tortura — respondió como si fuera una súplica.
Te espero en el estacionamiento, tienes 10 minutos antes de que me arrepienta — No estaba segura de lo que iba hacer, pero ya estaba al borde de la locura, nunca había hecho nada que fuera en contra de su conciencia pero ahora estaba guiándose por el instinto, por la fuerte atracción que sentía hacia él.
Estoy detrás de ti.

No quiso voltear, quería mantener este juego un poco más, ella era como un gato que le gustaba jugar con su presa antes de devorarla por eso colgó el teléfono pero solo siguió su camino, Marcus la siguió como un perro que persigue su hueso ¿Quién ganaría al final el perro o la gata?

Llegaron al estacionamiento, ella sin voltear y el sin alcanzarla, no por que no pudiera si no porque era divertido, está sensación de estar hundiéndose en el mar, profundo y tenebroso pero fresco e inmenso a la vez, así era era estar con ella, casi como un juego de tira y afloja. Ahí solos sin nadie a la vista en la infinidad de autos ella se detuvo frente a un Nissan Murano rojo, estuvo a punto de entrar y prolongar la tortura de Marcus pero él no la dejaría, apoyo sus brazos sobre la puerta atrapando la en una cárcel de músculos.

— Reina de hielo — susurró— no deberías jugar con fuego.
— ¿Por qué?— pregunto cuando volteo su cara para quedar de frente — ¿Qué harás  si lo hago?
— Esto — dijo  y tomó su rostro entre sus manos para unirlos en un beso, y no cualquier beso, uno que hizo que las piernas de Emilia temblaran, ambos exploraban la boca del otro, buscando ese especial que lo haría diferente del resto. Los de ella como miel, deliciosos, y adictivos. Los de él como vino, dulces pero embriagadores.

Cuando  rompieron el beso por falta de aire no hicieron falta palabras, ella los volvió a unir pero esta vez enredo sus piernas a las caderas de él para profundizar la nueva unión de sus bocas, la sostuvo del trasero para apoyarla más a él pero no fue una gran idea pronto ella sintió la erección entre sus piernas y al separar nuevamente rio a sabiendas de que caería si no paraba de reír como lunática.

— ¿Quieres ayudarme? — le pregunto, no muy seguro de su respuesta.
— ¿Depende de con que quieres que te ayude? — respondió Emilia con un sonrisa malévola en su rostro.
— Mi herida se puede reabrir — dijo él con ironía, ya no volvería a caer en sus provocaciones, al menos no por un tiempo.
— ¡Mierda! ¡Lo olvide! — contesto a la vez que soltó el agarre — Lo lamento, déjame revisar…

No quiso oírla más y la volvió la besar, ya no podía parar, quería más de la miel que había en esos carnosos labios.

— De verdad que me vuelves loco — le dijo.
— Necesitas un doctor — bromeó — aquí hay muy bueno psiquiatras.
— No lo necesito, ya te tengo aquí.

Mordió su labios a pesar de saber de qué eso solo mataba las células en su cuerpo, por eso dejo de acero y soltó un suspiro.

— No te dejare entrar en mi cama tan fácil — dijo Emilia y subió al auto, y bajo la ventanilla — Quizá mañana, pero no lo sé todavía.



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