CAPITULO 24

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Abrió los ojos por la poca luz que entraba por la ventana, era otro día nublado en Siattle, incluso el aire se sentía mas frió y pesado de lo usual, desnudo su cuerpo en el baño, lista para toma una ducha. 

El agua helada descendió por su marcada espalda hasta llegar a las elevaciones de sus caderas y asi fue bajando hasta perderse por completo por las demás partes de ella. Envuelta en una toalla salió, hoy seria uno de los tantos días donde tendría que actuar por una muñe-quita de cristal, intocable y fácil de romper. 

Eran fiestas y lujos lo que los mayores Blakgood presumían ante la sociedad, siempre a la guardia de las apariencias, sin flaquear en su carácter aristocrático. Pero hoy no estaba la gran Señora para ser presumida como trofeo delante de los demás, hoy sería ella, la amante de la casa, raro verdad, como alguien seria capaz de mostrar la cara con su amante aun lado, pero esto lo típico, todos lo hacían, los intercambios tampoco eran inusuales, rondaba lo común mas bien. 

Era temprano y aunque seguían viniendo los sirvientes a preguntar por lo detalles para el evento, no quería ayudar en su tortura esta vez, ya suficiente era no estar con su hijo, dejar ser usada y manipulada a sus antojos y caprichos  tan solo era un medio para alcanzar su objetivo. Pero había un "algo" en  ella, como un sentimiento de suciedad, como si un daño le hiciera a alguien, por qué, esta era su vida siempre ha sido así o al menos desde que abrió los ojos en esta casa. El tiempo hizo de ella más astuta y capaz de usarlos a su favor pero extrañamente su piel temblaba, pero no era temor, eso no lo era mas, y desde hace mucho. Incluso una gota salada se poso sobre su mejilla. Verla a través del espejo fue como un balde de agua con hielo sobre su piel ya tibia.

 Las lagrimas que una  vez cayeron de ella ya había quedado en el pasado, no importaba cuanto trataran de doblegarla ya no era esa pequeña que lloro con el primer latigazo o que grito con la primera puñalada, ya no, su única cadena era ese pequeño, inocente de todo, que tal vez si hubiera descubierto a tiempo no seria la ancla más pesada de su vida, incluso si maldecía ese momento en que lo vio por primera y ultima vez no podía aborrecerlo del todo porque como ella, en todo se parecían, solo basto un segundo para ver en el gran hombre que se convertiría y simplemente no pudo evitar amarlo y entregarle su corazón. Ese fue su primer amor.

No tardo mucho para que una de las mu-camas le trajera el vestido, esta vez uno largo en un celeste pastel acorde al tiempo en que se realizaría el evento. Con un escote muy pronunciado y adornado de piedras brillantes, en comparación  la parte de abajo era mucho mas sencillo con una tela vaporosa y una abertura entre ellas para dejar ver alguna de sus piernas con su movimiento.

Sus pocas ganas de arreglarse para un patetico show obligaron a su cuidadora o carcelera que era lo mismo, a llamar a las mucamas mas robustas de la casa, era inutil resistirse, para qué, al único que afectaria seria a su bebe.

Con ganas de meterles una bala entre ceja y ceja, tomo brochas, pinceles y comenzó a dibujar. Trazo tras trazo ocultaban el pesar que llevaba en el alma.

El desayuno fue traído poco después de las 8, hoy no necesitaba bajar y encontrarse con él. Hoy no.

"¿Por qué no salir y esperar a que empiece?" Le imcrepo su cabeza pero la costumbre la retuvo. Fue el golpe en la puerta el que la despegó de la cama donde leía.

Entro en su cuarto una muchacha, pelirroja, bajita y de seguro menor de edad e indocumentada  — Señorita el maestro la llama — dijo y el brillo en sus ojos que noto Emil pudo decir más de ella de lo que podría imaginarse.

Tal vez y pasaban la misma tortura pero aquella chica seguía creyendo que eso era  amor, pero ya Emily sabe a donde llegarán. O al menos a dónde llegará ella, al fondo del mar o como abono para las rosas del jardín, ahí junto a las demás que tantas veces osaron pensar que su lugar era fácil y no resistieron.

Tantas muertos que guarda esa casa, y todos  ilusos, que se subestimaron. Sonrió por la desgracia de la pobre, pero ya que sí la libraba de un par de meses con "ese",  que más daba igual siempre sería la mala del cuento si les advertía, incluso  hasta es mucho más divertido verlas agonizando antes del golpe final. 

Podría ir rapido así en bata como seguía, pero las ganas de fastidiar a esa pequeña flor, que creía tocar el cielo por estar en la cama del jefe la hicieron desnudarse delante de ella, exponiendo su realidad y como si de una modelo se tratase rodeo el espacio en busca de unas bragas nuevas y si se necesitaba un sujetador.

Supuso el vestido sobre su delgados brazos, la tela cayó con fineza cubriendo sus piernas, con mucho esfuerzo quizás hubiera logrado subir sola el cierre pero, por qué hacerlo, si ella estaba aquí todavía, tonta pensó, y era cierto de algún modo le estaba restregando lo poco que le daba pero para aquella parecía demasiado.

Con rabia y reticencia subió el frío metal sobre su piel, lo zapatos fueron la mejor parte, la obligó a ir por ellos, en parte más alta del viejo armario al que con dificultad llegó. Se sentó sobre la cama y cruzo las piernas a la espera de que entendiera lo que se venía.

— Pónmelos — dijo Emily con autoridad.

— ¿Per... perdón? — respondió.

— ¡Que me los pongas! — señaló está vez la caja en sus manos.

Lágrimas comenzaron a caer por sus ojos ¿las hormonas de los adolescentes eran tan sencibles? Preguntó su conciencia, y es ahí cuando bajo un poco la mirada dando en el punto, ahí en ese vientre aún pequeño pero visible si ponías atención de más.

Una parte de Emily quiso matarla a golpes pero la otra solo pensó que ese niño tendría el mismo camino que el suyo, pero no era si deber preocuparse por el bien de los demás solo el suyo propio.

Rodo los ojos y le quitó los zapatos, los saco de la caja y se los puso sin complejidad. Cuando estuvo estable sobre ellos miro la puerta y se dirigió hacia ella. Pero sus instintos ganaron en la lucha que se libro en su interior por lo que estaba por decir.

— Te recomiendo que corras — dijo y volvió su mirada hacia ella para encontrase en almas, a través de sus ojos — Corre y nunca dejes de correr y hazlo ahora que puedes porque en unos meses ya será tarde para ti y para ese que llevas.

Sonó la puerta tras su salida ya no se podía hacer nada más era su turno de decidir, y aunque jamás nadie le dió esa oportunidad ahora ella se la estaba dando sin esperar nada cambio o bueno si, que talvez un poco de esto la librará del karma que podría estar resibiendo su hijo por sus malas obras.

Todo seguía aún vacío, pero ya estaba correctamente preparado para  dentro de un par de horas. Las escaleras demoraron su andar, ya que cada escalón se volvió un castigo para sus pies, los malditos tacones eran nuevos y aún apretaban.

Respiró hondo, para hacer tolerable el dolor pero no lo consiguió. Con mucha suerte llego al final, caminar fue un poco más sencillo y también por mucho menos doloroso.

Un fuerte estruendo puso en alerta sus sentidos, miro por todos lados pero no había nada apresuró su andar, y al llegar al cuarto de su Señor guardias de negro protegían la puerta, era evidente de dónde tanto disturbio, incluso lo sonidos de carísimas lámparas rompiéndose resonaban fuera de aquella habitación. Quién estaba ahí era lo suficientemente poderoso como para hacer de aquel minusválido picadillo. Prefirió no intervenir y mantenerse a la espera.

Cuando ambas puertas se abrieron de par en par sus ojos se abrieron ante la sorpresa.

Mucho tiempo sin verte Bella mía — dijo Gabrielle con una sonrisa mientras limpiaba la sangre sobre su mano.



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