Capítulo 3

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Capítulo 3: Un gesto inesperado

Seguía intentando asimilar las recién descubiertas noticias, cuando el ruido de unas voces en el pasillo me devolvió de vuelta a la realidad. Por el sonido supuse que eran dos hombres, y al parecer no estaban demasiado contentos. Estaba tan entretenida intentando reconocer las voces que no me di cuenta de que cada vez se acercaban más hasta que el pomo de la puerta empezó a girar. Ni siquiera pensé en intentar esconderme o algo así, aunque mi parte menos racional prácticamente me suplicaba que hiciera caso a mi instinto de supervivencia e intentara esconderme, mi parte lógica sabía que llegados a este punto solo me quedaba esperar y rezar por qué no me hicieran daño, o, por lo menos, que fuera rápido.

Pasados algunos segundos que más bien parecieron años, la puerta se abrió y me dejó totalmente descubierta frente a la mirada sorprendida de dos hombres. Curiosamente, creo que yo estaba todavía más sorprendida que ellos, pues a pesar de haber estado esperando a que entraran, jamás me imaginé ver a un preso y a un guardia de la prisión siendo tan cercanos. Después de los primeros instantes de sorpresa por ambas partes, conseguí reaccionar lo suficiente como para esconder disimuladamente la carpeta detrás de mi espalda. Por suerte, estaban demasiado ocupados intentando salir de su estado de confusión al verse descubiertos que no prestaron especial atención a ese detalle. Por otro lado, debo reconocer que yo tampoco me di cuenta de la pistola que se disponía a sacar el guardia hasta que me encontré de frente con el cañón del arma.

—Está bien. Creo que eres lo suficientemente inteligente para imaginarte lo que va a pasar ahora. No te conozco; no tengo nada en tu contra, pero está claro que alguno de nosotros tiene que salir perdiendo. Por desgracia para ti, soy yo el que lleva un arma.

—Sí, y, si no te parece mal, me parece que me voy a quedar la carpeta que tan penosamente estás intentando esconder. Después de todo, está claro que tú ya no la vas a necesitar.

Mierda. Parece que no eran tan tontos, después de todo.

—No te lo tomes como algo personal, es solo que toda esta información es demasiado para la escasa capacidad mental de mi querido hermanito.

Entonces me di cuenta del número de la placa identificativa que decoraba el uniforme del preso.

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Eso no era bueno. No era nada bueno.

Me dispuse a cerrar los ojos para no ver como tiraba del gatillo. De todos los finales posibles que había contemplado para el final de mi vida, éste era de los peores.

Nunca me había parado a pensar exactamente como quería morir, pero lo que tenía claro es que quería irme del mundo tal y como vine: oponiendo resistencia y haciendo daño al culpable. Sí, definitivamente, no era probable que me fuera sin presentar pelea. Decidí intentar pegarle una patada en el estómago, o en cualquier otro sitio que le recordara durante algún tiempo que matarme no fue tan fácil como se esperaba, cuando pasó la segunda cosa más sorprendente del día. La puerta de la habitación supuestamente más secreta de la prisión, se abrió por tercera vez consecutiva. Sin embargo, eso no fue lo más impactante, si no la persona que entró. Debí de batir algún récord. Dos veces que me encontré con él, dos veces que perdí la capacidad del habla. Aunque para ser justos, su presencia invitaba a huir más que a quedarse a charlar.

—Señores, creo que somos todos lo suficientemente maduros como para no andar como imbéciles apuntando a la gente sin ton ni son.

—Cállate. Por si no lo has notado, he sido entrenado para deshacerme de escoria como tú. No me da miedo dispararte. —Le echó una mirada tan helada que pensé que la habitación se congelaría. Sin embargo, no era ni de lejos la persona más intimidante del cuarto.

—Yo que tú dejaría el intento de intimidación para luego y me concentraría en que no me pillen aquí—replicó—y dale la pistola a un adulto, no vayas a hacerte daño.

Al ver que no le respondía, insistió.

—Venga, que no tengo tiempo ni ganas de pelear con nadie.

Hablaba con pereza, como si estuviera harto de hacer esto todos los días.

Se quedó parado al lado de la puerta, y cuando vio que nadie salía, dio una sacudida impaciente con la cabeza hacia el pasillo. Sorprendentemente, funcionó.

Poco a poco, con movimientos torpes y vacilantes, fueron saliendo. Yo me quedé la última, y al salir le eché una última mirada de asombro. No sólo había evitado que me mataran, sino que, además, le habían bastado un par de palabras y una mirada para conseguirlo. La pregunta era: ¿por qué?

Algo me decía que tarde o temprano lo acabaría descubriendo.

Eché una mirada al pasillo justo a tiempo para ver al reo y al guardia desaparecer por la esquina. Me di la vuelta para darle las gracias al preso que me había salvado, y de paso preguntarle el por qué, pero sólo encontré un espacio vacío donde segundos antes había estado él.

Iba replicar algo, aun sabiendo que estaba sola y de todas formas no podía oírle, cuando me acordé de pequeño un detalle.

Con todo lo de la amenaza de muerte y esas cosas, el recluso se había quedado la carpeta.

A nuestro reo favorito le gusta ser misterioso, al parecer.

Detrás de su sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora