Capítulo 7

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Capítulo 7: Verdad descubierta

Bien. Vale. Recapitulemos.

Durante el poco tiempo que llevo trabajando en mi nuevo puesto, he descubierto que:

El preso que apuñaló Abel es su hermano biológico. Robó la carpeta donde lo pone, y todavía no sabemos por qué. Sabemos que dicho preso, además de robar, apuñalar y mentir, también se dedica a asesinar en su tiempo libre. Estamos casi seguros de que quiere matar a una persona en concreto, y de paso meterle miedo. El problema es que para llegar al 117, primero tiene que acabar con el 116. Bueno, eso en sí no es un problema para él, ya que si ha conseguido matar a tanta gente sin que nadie se diera cuenta, no debería tener problemas con matar a otra persona cualquiera. No, el problema es que no es una persona cualquiera. Es Ian. Y el poco tiempo que he compartido con él me ha sido más que suficiente para darme cuenta de que es muchas cosas, pero no es un blanco fácil. Era más natural imaginarle siendo el asesino que la víctima; y ciertamente no estaría aquí si hubiera sido una simple víctima. Aun así, el preso no se ha dado por vencido y lo ha intentado.

Y... eso es todo lo que sé. O más bien, casi todo. Porque si hay algo de lo que puedo estar segura, es que aquí va a pasar algo gordo. Y que, por si fuera poco, yo estoy en medio.

De todas formas, hay una manera de conseguir más información. Y por suerte, lo tengo al lado.

—¿A qué te refieres con que ya lo ha intentado?

—Vaya. Tenía la impresión de que eras un poco tonta, pero no pensé que fuera tan severo.

No respondí. Él captó el mensaje y continuó explicándome.

—Lo que quería decir es que ya ha intentado matarme varias veces. Y, aunque odio tener que decir algo bueno de él, hay que admitir que no le falta creatividad.

Yo no estaba segura de que ser ingenioso a la hora de matar personas fuera algo bueno, pero su forma de pensar no era algo que me interesara discutir con él; unque si sería algo a tener en cuenta en su informe.

—Entonces, si tan bueno es ¿cómo es que sigues con vida?

Algo parecido a una sonrisa apareció en su cara. Una sonrisa bastante siniestra, a decir verdad.

—Él podrá ser todo lo bueno que quiera, pero nunca conseguirá estar a mi altura.

Egocéntrico

—Bueno, pues si tan listo eres, seguro que sabes por qué quiere matar a ese hombre, ¿no?

—No, no lo sé. Sin embargo, no he sobrevivido tanto tiempo aquí por no tener recursos. Vamos.

Y sin más, se levantó y salió de la habitación. Quise preguntarle qué íbamos a hacer con las cenizas de la carpeta, pero luego lo pensé mejor. De todas formas ya no quedaba nada legible ahí.
Después de quince minutos de pasillos y escaleras que Ian parecía conocerse como la palma de su mano, llegamos a un sitio que se me hacía muy familiar. Tras unos momentos, lo recordé. Era la celda del mejor amigo de Ian (que nunca falte el sarcasmo).

—¿Estás loco? Tiene que estar ahí dentro.

—Lo sé. De hecho, no sé cómo pensabas hacerlo tú, pero para hablar con alguien normalmente tienes que estar lo suficientemente cerca de esa persona para que te oiga. Y dado que aquí no tenemos teléfonos, esa necesidad se incrementa.

Sin darme tiempo para replicar, entró de sopetón en la celda. Por lo visto yo no era la única con unos reflejos dignos de una tortuga vieja cuesta arriba, ya que al preso no le dio tiempo a hacer nada antes de que mi acompañante lo enganchara del brazo y se lo llevara hacia fuera. O quizá el problema no eran los reflejos del 111, sino los de Ian.

Detrás de su sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora