Capítulo11

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Capítulo11: Cartas

Por mucho que lo intentara, no conseguía llenar la falta del que fue mi primer amigo después de que me ascendieran.

Tal vez por eso era tan difícil. Después del cambio de mi antiguo puesto a éste, él era la primera persona con la que había hablado. El breve espacio de tiempo de tiempo que hubo desde que lo conocí hasta que las cosas se salieron de control, eso era lo que había. Al principio del cambio todo consistía en él y el trabajo. Y, por supuesto, pensé que seguiría siendo así. No tuve en cuenta los secretos que descubriría, y cuando las cosas volvieron a estar cerca de su estado habitual de calma; cuando se supone que todo se centraría y volvería a lo que se supone que debía ser, Abel se iba. Y, por si fuera poco, yo conocí nuevas personas, nuevos puntos de vista.

No tenía la sensación de que esa situación fuera incorrecta, pero sí nueva. Y no me gustaba. Ya eran demasiadas cosas nuevas en un lapso demasiado pequeño de tiempo, y eso me incomodaba. Tenía la sensación de que cuando estaba a punto de encontrar un punto estabilidad, todas las reglas del juego cambiaban.

Tenía la sensación de que necesitaba volver al principio. A las pocas horas que pasaron desde que conocí a Abel hasta que me entrometí en su pasado sin querer. Pero la única cosa que todavía formaba parte de ese momento era él, y no tenía forma de contactarle.

A pesar de que sabía que no había forma de hacerlo, me pasé horas buscando la manera de hacerle saber que por lo menos me acordaba de él.

Pensé en lo fácil que sería si tuviera un teléfono móvil, pero la tecnología estaba totalmente prohibida dentro de las paredes de la prisión. Ni siquiera había un teléfono fijo en la pared desde el que poder llamar.

Me apoyé en la pared del pasillo por el que estaba caminando. No estaba yendo a ningún sitio. Es más, ni siquiera recordaba por qué había empezado a caminar.

Empecé a enumerar todas las formas que existían para poder contactar a distancia. Después fui restando de la lista las cosas que estaban prohibidas allí dentro, y el resultado fue... cero. Nada.

Después de echarme la bronca a mí misma por no ser capaz de encontrar una forma y de maldecir a todas las personas que trabajaban decidiendo las normas de la cárcel por ponérmelo tan difícil, decidí tirar mi orgullo por la borda y pedir consejo. Primero le pregunté a Amy, pero no sirvió de nada. Me dijo que ella nunca había tenido la necesidad de comunicarse con nadie de fuera, por lo que nunca lo había pensado ni tenía una experiencia de la que yo pudiera copiarme o, por lo menos, aprender de algún error.

Sopesé la opción de dejarlo ahí. Si ninguna éramos capaz de encontrar alguna forma, era porque mi cometido estaba muy cerca de ser imposible.

Pero después de pensarlo, decidí que no podía engañarme a mí misma así.

Necesitaba contactarme con él. Y si había alguien que podía encontrar la forma, era Ian.

Pensé que lo mejor era resignarme y preguntarle. Podía aguantar unos pocos minutos de burlas si con eso conseguía hacerle llegar mi mensaje.

Para mi sorpresa, cuando di con él no encontré ni rastro de humor que siempre desprendía. A pesar de que era un humor bastante oscuro y siniestro, que te hacía creer que era el tipo de persona al le entretenía ver a alguien sufriendo; se distinguía fácilmente de su estado actual. Todo lo gracioso que componía su imagen había desaparecido, dejando sólo la parte terrorífica.

Le pregunté si conocía alguna forma de comunicarse con alguien de fuera, y la sequedad de su respuesta me sorprendió. En un día normal, habría dicho algo como: ¿Es que no soy suficiente para ti? Me ofende que tengas molestarte en buscar la forma de contactar a otra persona estando yo aquí para entretenerte.

Detrás de su sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora