Epílogo

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Abel

Miro con detenimiento las paredes que me rodean. Son completamente blancas, como si el más mínimo rastro de color pudiera hacer enloquecer a los pacientes.

-¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

Me giro hacia mi hermano, que, al contrario que yo, observa la puerta que hay al frente de nosotros.

-Lo estoy. Quiero verla por última vez.

-No tiene por qué ser la última.

Lo miro, ligeramente enfadado.

-Sabes tan bien como yo que eso es mentira. Mañana nos mudaremos, y si apenas venimos a verla estando tan cerca de ella, menos lo vamos a hacer cuando haya un océano entre nosotros.

Me mira como si quisiera replicar, pero sabe que tengo razón.

-Además, necesito esto. Necesito un cierre. Necesito esto para sentir que ha acabado. No puedo empezar de nuevo arrastrando algo tan importante de equipaje.

Recuerdo la conversación que tuve con ella sobre ese mismo tema. Decía que no quería llevar recuerdos de su antigua vida. Que no podría empezar una nueva etapa sin haber soltado todo lo que la ataba a la anterior.

-Te espero aquí.

-¿No quieres verla? ¿Despedirte de ella?

Me mira, y duda antes de contestar. Sé que él también quiere tener un último momento con ella. Aunque no lo admita, ella también llegó a tocar una parte sensible de su corazón. Por eso no le hago caso cuando me dice que no. Lo empujo hacia la puerta que la enfermera nos ha indicado, sin hacer caso a sus protestas.

-Es tu amiga. La conociste antes que yo. Estuve a punto de matarla.

Sigo sin hacerle caso. Lo miro, y me devuelve la mirada. No está preparado, pero no quiere que lo note. Él siempre está preparado para todo, y el que no lo esté ahora me inquieta. Seguramente es por eso que no quiere que lo note. Ninguno de los dos estamos listos para enfrentar la imagen que nos espera detrás de la puerta. Sin embargo, no le hago caso a la sensación de intranquilidad que me domina y la abro.

La imagen que tengo delante me rompe. La observo mientras coge un libro para colorear que tiene al lado. Lo hace de forma muy rara, como si no fuese capaz de relacionar el tamaño del objeto y su peso con la fuerza que tiene que usar para levantarlo. Los medicamentos que le han dado la tienen completamente drogada.

Echo de menos a la otra Lexa. A la Lexa completa. Con sus pensamientos intactos, incluso los que no debían existir. Aún cuando fueran insanos e irreales. Le hacían estar entera. Ahora tan solo era un cascarón vacío con el cerebro podrido.

Intentaron de todo para que se recuperara, pero nada funcionó. No conseguía asimilar el hecho de que su madre muriera en el atraco al banco en el que también lo hizo su padre. La veía, la oía. Decía que le hablaba. Que escuchaba la voz de su madre dentro de su mente. Y enloquecía cada vez que alguien le decía lo que había pasado. Decía que era mentira. Que su madre estaba viva.

La ironía de la situación es casi tan dolorosa como la realidad. Una psicóloga, completamente desquiciada, sin apenas ser capaz de diferenciar entre lo real y lo imaginario. Ni siquiera estoy seguro de cómo pudo pasar.

La miro por última vez antes de salir. Quiero recordarla, de las dos formas. Quiero recordar a la Lexa valiente y curiosa que consiguió que mi hermano y yo volviéramos a ser cercanos, pero también quería recordar a la otra Lexa. A la verdadera. Porque por mucho que me costara aceptarlo, esa no era la Lexa real. La real tenía problemas. Problemas graves. Pero ni eso hizo que dejara de quererla. Salimos de la habitación sin que ella llegara a percatarse de nuestra presencia.

Logan se giró, y pude ver una lágrima resbalando por su mejilla. La primera en muchos años.

-Volveremos a por ella. Cuando todo sea seguro, cuando hayamos conseguido un crear un buen hogar para ella, volveremos. No la vamos a abandonar. No la estamos abandonando.

-Por supuesto que no. Ella sigue formando parte de nuestra familia, y me da igual si tenemos que quemar este maldito psiquiátrico para sacarla de aquí, pero ella no va a envejecer aquí dentro. 

Detrás de su sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora