Capítulo 1

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Capítulo 1: Máxima seguridad

Hoy era el día. Hoy llegaría el momento de poner en práctica todo lo aprendido durante mi carrera. No sabía cómo iba a ser esto. No sabía si me darían un recorrido para que me familiarizase con mi nuevo entorno de trabajo, o si me explicarían algo referente a los nuevos presos con los que iba a tener que tratar de ahora en adelante. Respiré profundamente un par de veces como mi madre me enseñó que hiciera en un momento de nervios, y atravesé la puerta del despacho de mi nuevo supervisor.

Podría jurar que no había terminado de cruzar la puerta cuando ya me estaba dando órdenes.

—Quiero que les hagas un diagnóstico a todos los presos del ala oeste. Tienes 10 minutos para hablar con cada uno y hacerte una primera impresión. Cuando termines, quiero que vuelvas a mi despacho y me entregues un informe detallado de cada uno, tu opinión personal y si crees tener oportunidad de conseguir una confesión. Tienes un tiempo predeterminado de tres meses para cada uno. Esto puede variar según tú creas conveniente. Si en ese tiempo no has conseguido un mínimo progreso, se te asignará otro caso. Ya puedes ir empezando.

Acto seguido, me empujó hasta salir de la habitación. En el poco tiempo que había compartido con él, me había quedado claro que no era el tipo de persona que se anda con tonterías. Eso, o que simplemente se moría de ganas por echarme de ahí y volver a sus cosas. Bueno, por lo menos me había dejado las cosas claras.

Creo que el ala oeste tiene el control de las cámaras de seguridad en el piso de arriba, pensé. Me dirigí a la escalera que había a mi derecha y me dispuse a subir para echar un vistazo, cuando alguien llegó corriendo y me empujó hacia atrás.

Más le vale que haya sido sin querer.
—¡Perdona! Llevo prisa, tengo que parar una pelea que se ha originado en la zona cuatro.

Zona cuatro. Ese era también el nombre por el que se conocía al lugar donde me habían mandado.

¿En serio? Creo que este es un buen momento para olvidar mis pensamientos homicidas y aprovechar el momento.
—Espera, yo también voy para allá. ¿Te puedo acompañar?

Tampoco era cuestión de decirle que no tenía ni idea de hacia dónde quedaba exactamente ese sitio, ni de que no me había acordado de pedir la contraseña, ni de que no conocía a nadie aquí y me estaba muriendo de los nervios.
—Claro. Pero date prisa, antes de que se maten entre sí.

Y a mi compañero no se le ocurrió otra cosa que empezar a correr como si el diablo lo estuviera persiguiendo. Bueno, pues nos tocaría correr.

Después de correr unos trescientos metros llegamos a una escalera. Pensaba que íbamos a subirla, pero el chico cuyo nombre todavía desconocía parecía pensar que era mejor ir hacia el hueco detrás de la escalera, y no me sorprendió descubrir que por ahí había otro pasillo, bastante bien camuflado.

-—¿Qué hay subiendo la escalera?

—Alrededor de cuarenta escalones, y al final una caída de unos siete metros.

—¿Qué?

—Al final de los escalones, hay un corte muy repentino, ideal para una caída si no miras bien por donde pisas. Está hecho para los presos que consiguen escapar de los guardias de seguridad. Sólo el personal de la cárcel sabe lo del pasillo, y cuando eres un preso huyendo de unos guardias armados y, seguramente, enfadados, no te paras a mirar lo suficiente como para darte cuenta de eso, y tampoco para darte cuenta de que los escalones se han acabado. La caída, si no te mata, te deja bastante seguro de no querer volver a intentarlo.

—¿Y funciona bien?

—No tanto. Acaban dándose cuenta muy rápido. Ninguna de las personas que hay aquí es un principiante, y no van a correr el riesgo de huir sin tener muy claro cómo hacerlo sin morir en el intento. Aunque ninguno lo ha conseguido nunca, claro.

—Pero entonces para qué ...

—Ya hemos llegado-me cortó.

Acto seguido, abrió una puerta de hierro a la que no le había tomado mucha importancia hasta ese momento. La puerta del ala oeste.

—Tengo que ir a parar una pelea en el siguiente pasillo. Puedes acompañarme si quieres. Voy a necesitar a alguien que me ayude a calmarlos, y ¿qué mejor persona para eso que una psicóloga?

Vaya. Se había fijado en mi placa identificativa.

El chico es observador, eso es algo a tener en cuenta.

Llegamos al pasillo y vi a dos presos peleando encima de una mesa. Parecía ser que estábamos en el comedor. Uno de ellos estaba sujetando al otro encima de la mesa mientras el segundo intentaba pegarle una patada, en vano. Al lado había un guardia intentando pararlos, pero tampoco es que le pusiera mucho empeño. Después de todo, a ninguno de estos seguratas les importa mucho si un preso sufre algún daño mientras que estén vivos. Mi acompañante fue hacia donde se está produciendo el altercado, y yo aproveché para observar a mi alrededor. Entonces, lo vi.








Detrás de su sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora