Capítulo 6: Los secretos nunca se acaban
A falta de la compañía de Abel, pensé que lo más acertado sería intentar entablar una relación con Ian. No porque fuera mortalmente guapo, ni porque yo no tuviera otra cosa que hacer que ponerme a buscar amigos. Ni siquiera porque me interesaran las relaciones sociales. A decir verdad, siempre he estado mejor sola.
De hecho, la primera razón válida que encontré para hacerme tan "cercana" a Abel, era la necesidad de tener alguien dentro de la prisión a quien pudiera recurrir cuando no pudiese sola. Por eso, al no poder contar con él, era casi demasiado necesario encontrar alguna otra persona en quien poder confiar. Tampoco es que yo fuera la más precavida al confiar en una persona internada dentro de una prisión para lunáticos, pero en ese lugar no había nadie en quien pudieses hacerlo ciegamente. A veces, hasta los mismos guardias eran peores.
Ian y yo estuvimos deambulando por los pasillos hasta llegar a una puerta que, para unos ojos inexpertos como los míos, podría haber pasado por una normal y corriente. Cuando entramos dentro de la habitación, por poco se me salen los ojos de sus órbitas. La habitación estaba hasta arriba de objetos terminantemente prohibidos dentro del recinto.
-Esta habitación lleva desocupada prácticamente desde que se construyó este sitio-explicó Ian- y es usado por los presos como escondite para objetos personales, ya sean armas pequeñas y fáciles de camuflar, recuerdos de su vida antes de entrar aquí, o cosas de las que simplemente no quieren deshacerse aunque estén prohibidas. Fue creada para un tío especial que había que mantener separado del resto, pero lo mataron antes de llegar aquí.
-¿Y los guardias no se dan cuenta?
-O eso, o sí que se dan cuenta, pero les da igual. Por mucho que tú creas que las personas que trabajan aquí son completamente puros e inquebrantables, la dura verdad es que no es así.
Eso me ofendió un poco.
-¿Te parezco la clase de persona que pensaría algo así? ¿Tan ingenua crees que soy?
-No estoy seguro de que clase de persona eres. Sólo sé que la gente como tú suele pensar que esto es como en uno de esos cuentos infantiles llenos de clichés de amor y amistad en los que los buenos son muy buenos, y los malos son totalmente malos. Siento destruir tu burbuja de perfección idealizada y pensamientos de color rosa, pero en la vida real no existe el blanco o el negro, lo único que te vas a encontrar van a ser aburridos y fríos tonos grises fingiendo ser colores alegres, solo para sentirse diferentes porque se niegan a aceptar que todos nos quedaremos para siempre encerrados en esa misma escala, por mucho que intenten negarlo y disfrazarlo.
Me gustaría poder decir que encontré una respuesta ingeniosa o inteligente, pero la verdad es que tardé bastante en analizar esas palabras, y cuando finalmente lo conseguí, no pude estar más de acuerdo.
Cuando Ian pareció darse cuenta de que no iba a responder, me explicó la razón por la cual habíamos ido a ese lugar.
-Aunque parezca mentira, si existe un sitio ideal para esconder esa cosa, es este. Nadie husmea en las cosas de los demás, y de todas formas aquí sólo entran presos, y a nadie que no sea un guardia le importa mucho lo que pasen con los expedientes de los demás. A veces, el mejor lugar para esconder algo es a simple vista.
Sin nada más que decir, nos pusimos a buscar.
Pocos minutos de completo silencio después, la encontré medio escondida debajo de una baldosa suelta que había en la esquina.
-Ya está. ¿Ahora qué hacemos?
-Quemarla.
Lo miré esperando a que me dijera que solo me estaba tomando el pelo. Y cuando no lo hizo, hablé yo.
-Estás de broma.- más que una pregunta, era una afirmación.
-¿Cuándo me has visto bromear?
No respondí.
-Mira, esto es muy simple. Si simplemente la devolvemos a su sitio o la escondemos, ¿cuánto crees que tardará en ser robada de nuevo? Esto se convertirá en un tira y afloja hasta que se canse y decida hacer algo estúpido.
Lo pensé durante unos momentos, y decidí que tenía razón. Encontramos un mechero tirado en el suelo junto a un paquete de tabaco y lo tomamos prestado para acabar con esto cuanto antes. Mientras él observaba como el fuego lamía lentamente el papel hasta deshacerlo, me rendí a la curiosidad y me puse a husmear cerca del sitio donde había encontrado la carpeta. En el mismo hueco donde había estado el escondite del ya casi inexistente expediente, encontré un papel. Parecía una simple nota, sin importancia. Aun así, algo de ella llamó mi atención.
Solo había números, que cuando observé más detenidamente, vi que se parecían a los números que se utilizaban para llevar el recuento de los presos.
112: X
113:X
114:X
115:X
116:
117: Owen Smith
El último venía rodeado con un gran círculo rojo.
-Ian
El recién nombrado dejó de mirar las cenizas que descansaban en el suelo para prestar atención a mi reciente descubrimiento.
-¿Le ves sentido a esto?
Ian se acercó y se perdió en sus pensamientos durante un par de minutos mientras yo pasaba mi vista del papel a su rostro, y viceversa.
Después de lo que pareció una eternidad, habló.
-Todos los presos cuyos números hay marcados han muerto de forma imprevista durante los últimos meses. El preso que te robó la carpeta era el 111 ¿te fijaste?
Asentí.
-Parece ser-prosiguió- que tiene intención de matar al preso 117, y ha decidido matar por orden a todos los presos que lo separan a él de su víctima.
Hablaba como si hubiera pasado mucho tiempo pensando en eso hasta llegar a esa conclusión.
-¿Y qué se supone que gana con eso?
-Intimidación. El miedo que provoca saber que cada muerte hace que estés un paso más cerca de la tuya. No dudo ni por un momento que el objetivo sea la muerte del 117, pero si además puede conseguir que pase las últimas semanas de su vida viviendo atormentado, créeme que lo intentará.
-Aquí pone que el próximo preso de la lista es el 116.
-Ajá.
Ian no parecía ser consciente de la gravedad de la situación.
-Ian, tú eres el preso 116.- nunca me había gustado tener que decir lo obvio, pero parecía ser que era la única manera de que se diese cuenta.
-No me digas. ¿Cómo te has dado cuenta de eso? Ni que llevara una identificación cosida en la camiseta.
Pasé por alto su sarcasmo.
-¿Es que acaso no eres consciente del peligro? ¡Va a intentar matarte!
-Ya lo ha intentado.
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Detrás de su sonrisa
Narrativa generaleEn una prisión de máxima seguridad, el bien y el mal se confunden, destinos opuestos se solapan y el amor con el odio se revuelve. Secretos mortales, crímenes olvidados y lazos de sangre que jamás deben salir a la luz se esconden, hambrientos de san...