14;Trato

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Charlie.

Se había alejado un poco de su investigación, el caso del "El Wendigo", como lo habían empezado a llamar los medios, estaba consumiendo más energía de la que podía tener en su pequeño y delgado cuerpo.

Había comenzado a creer que perseguía a un fantasma, o mucho peor, a un demonio. Un escurridizo demonio que era experto en ocultarse. Igual que la vieja leyenda del Wendigo, este asesino merecía su nombre, pues los restos de sus víctimas cada vez eran más perturbadores, y no cabía duda de que era un caníbal.

Debía admitir que la noche que pasó en casa de Alastor había activado sus instintos, y al día siguiente se repitió una y otra vez que fue un acto suicida el adentrarse al hogar de un sospechoso. Debía ser más cautelosa.

Pero su dulce corazón aún pensaba en el dolor que el castaño estaba viviendo claramente por estar perdidamente enamorado de una prostituta. Si ella pudiera hacer algo para ayudar, lo haría sin dudar, asesino o no, seguía siendo un ser humano con sentimientos.

Se dispuso a ponerse su abrigo y salir de su hogar, camino hacia el bar de Husker. Hablaría con el hombre, y si no podía descifrar su conducta, al menos lo ayudaría a ser alguien mejor. El amor era el arma más poderosa para cambiar a alguien.

Alastor.

Sus compañeros reían a carcajadas mientras bebían, había aceptado acompañarlos una vez más para ver a su amante. En las últimas noches había visto que el regalo que le había dado permanecía en su cuello, confirmando sus sospechas de que le había gustado, y había sido un buen paso.

— Esa mujer te tiene loco ¿no, Al? —preguntó uno de sus compañeros de trabajo, Tom.

— Creo que esa palabra de queda corta, mi querido Tom, para lo que siento por esa criatura —su delgada sonrisa brillaba mientras sus ojos estaban fijos en el escenario— estoy demente por ella.

Todos rieron al tiempo, pues era algo completamente nuevo que Alastor mostrara un interés por alguien que no fuese el mismo.

— De todas formas, tienes una admiradora ¿no es así?

— ¿De qué hablas? —los ojos rojizos del hombre dejaron el escenario para ver a su camarada con intriga.

— La chica pequeña y rubia, la he visto más de una vez observandote —señaló una cuantas mesas más alejadas, una chica se escondía entre un grueso abrigo— ¿La conoces?

Había estado tan distraído mirando a su amado ángel que no había notado la presencia de la menor. Hace bastante tiempo no la había visto siguiéndole, desde el susto que le había dado estando en su hogar, había pensado que la rubia se había rendido y buscado a algún otro sospechoso. Pero ahí estaba ella una vez más, con sus grandes ojos negros mirando el escenario, y de vez en cuando a él.

— La conozco, quizá debería ir a saludar —se levantó, ignorando los comentarios de sus acompañante buena noche, caballeros.

Se acercó hasta la mesa en donde se encontraba la menor, tomando la silla junto a ella y haciendo una pequeña reverencia.

— ¿Puedo? —preguntó con una sonrisa divertida.

— Por supuesto —respondió la menor con una sonrisa nerviosa.

Ahora comenzaba su plan, a pesar de que ambos tenían diferentes propósitos, podrían terminar en un mismo lugar. Cada uno veía las cosas a su manera, y ambos deseaban ver el inesperado desenlace que todo este lío tendría.

— Charlie ¿verdad? Es un gusto volverte a ver, aún que me sorprende de nuevo verte en un lugar como este, supongo que tienes una buena razón para seguirme de nuevo...

Roxanne | RadioDust AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora