Capítulo 40

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El día que Kouno nació fue un día maravilloso y lleno de distintos contrastes; hubo felicidad y tristeza, emoción y miedo, lágrimas derramadas por la tragedia. Aquel día marcó un nuevo comienzo, y el inicio de un final.

El señor y la señora Ru'fang estaban muy ansiosos, también invadidos por la emoción a medida que la fecha prevista del nacimiento se acercaba. Era solo cuestión de unos días y la pareja de lobos tenía todo preparado, al menos lo que estaba a su alcance. En un principio, Lydia Ru'fang, defendió a regañadientes —y ella tenía buenos colmillos— la idea de dar a luz en la cabaña que era su hogar, los hospitales solían ponerla muy nerviosa. Su doctor y su esposo no estuvieron muy de acuerdo con ella, sin embargo, se mantuvo firme. Tratar de convencer a una loba embarazada podía llegar a ser todo un tema. Más al final lograron hacerle cambiar de opinión cuando le plantearon la idea de sobre una habitación condicionada en el hospital.

La diferencia entre esta y cualquier otra habitación corriente de un hospital era que estaba decorada como si fuera uno de los dormitorios de la cabaña, con las paredes recubierta con madera de abeto, había un armario, un amplio sofá cama de dos plazas, y un sillón más simple ubicado cerca de la cama; ambos de color gris plomo. Las puertas del baño y la entrada habían sido también reemplazadas, quedando más acorde al resto de la recámara. Colgados en sentidos opuestos uno frente al otro estaban un par de cuadros decorativos, originalmente pertenecían a la cabaña Ru'fang, pero le agregaban un gran toque al cuarto. La luz del sol entraba por la única ventana siempre y cuando la cortina verde oscuro no se interpusiera, antes había unas aburridas persianas. En resumen, la habitación resultaba muy agradable. Keith Ru'fang, quien había sido el principal responsable del impresionante cambio hecho a la habitación, sentíase muy contento con el resultado. Era casi como estar en casa. Casi, porque el equipo médico, entre ellas la cama, discordaba bastante y resaltaba de manera extraña e incluso incómoda.

La buena noticia fue que cuando le mostraron a la futura madre el lugar, sonrió asombrada, que el parto ocurriese allí ya no le parecía tan descabellado.

—¡Ha pateado de nuevo!

Con la esperada fecha acercándose cada vez más, la señora loba no dudaba en expresar sus inquietudes conforme estas aparecían.

—Es normal, cariño —le respondió su esposo, muy calmado.

—¿Así de frecuente?

—Eh... Ya falta poco para que nazca, supongo que sí. Debe estar ansioso por nacer, ¿no crees?

—Sí, tienes razón... Pero ¿no tienen garras cuando están tan cachorros, cierto? ¿Y sí está muy ansioso por salir y me desgarra con sus garritas?

Keith no pudo saber con certeza si ella estaba nerviosa, asustada o simplemente estaba emocionada por ver a su cachorro. Puede que un poco de todo eso.

—Querida... Creo que estás exagerando. Hasta donde sé, los cachorros no tienen garras... Al menos no son peligrosas, le van creciendo con el tiempo.

—Sí, sí; es cierto. Ya estoy delirando —comentó después, notándose más aliviada.

—¡Ah, cariño! —exclamó el lobo con mucha ternura, acercándose a ella para rodearla con un brazo—. Todo saldrá bien, quédate tranquila; estoy aquí contigo.

La loba sonrió con aquello.

—¡Ay, amor! Muchas gracias. Todos este tiempo juntos ha sido tan maravilloso, con nuestros altos y bajos... Y ahora, finalmente, tendremos un cachorro.

—Ahora estás sentimental, cariño —bromeó, soltando una risita.

—¡Oye! Lo decía en serio —reprochó Lydia, brindándole a su esposo un gesto que convirtió su risa a una animosa carcajada—. ¡No te rías!

Lykos [Furry/Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora