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B R O O K L Y N N

Muchas mañanas salía a correr o a hacer ejercicio al jardín. Era una buena manera de salir de casa sin toparme con mucha gente. Ahora ya podía estar en lugares con bastante gente, pero me había acostumbrado a eso de salir de casa temprano algunos días para correr. A veces incluso Hannah se unía a mí. Hasta había conocido a una chica muy maja que corría por la zona, llamada Beth-Anne. Era un amor y me recordaba a Lizzy por lo nerviosa que era.

Solo quedaba un día para que me fuera a Washington D. C. de vuelta. No para siempre, obviamente. Sería Acción de Gracias y quería pasarlo con mi hermano. No me quedaría allí pocos días sino que estaría en la ciudad hasta pasado fin de año. Más de un mes fuera de Los Ángeles. Más de un mes sin Hannah, Marshall y Lizzy.

Y, por primera vez, viajaría en avión. Estaba ansiosa. Pero con ansia de la buena. Quería saber lo que era volar y quería ponerme a prueba a mí misma. Estar en un espacio cerrado con decenas de personas y, posiblemente, con un hombre sentado a mi lado.

Ese día Hannah había puesto una especie de cúpula automática encima de la piscina, convirtiéndola en cubierta. A ambas nos encantaba bañarnos en la piscina y un poco de fresco no nos iba a detener. Ella había tenido que salir a trabajar de imprevisto por lo que me había dejado sola en la piscina.

―¿Hay hueco para mí en esa piscina? ―preguntó una voz fuera de la cúpula.

Yo, que estaba sentada en el bordillo de la piscina, me giré asustada y vi a Marshall.

―Jesús, Marshall ―dije poniéndome la mano en el pecho. El corazón me iba a mil.

―Lo siento. ―Rio un poco―. Me voy a meter contigo. No tenía pensamiento de hacerlo pero esa piscina se ve tentadora.

Quise decirle que no, pues me daba vergüenza y un poco de miedo tenerlo en la piscina. Pero las palabras se quedaron en algún lugar de mi garganta cuando se quitó la camiseta. Y no solo eso, sino que también se quitó los pantalones quedando en un bóxer negro que le marcaba todo el...

Cielo santo.

Me metí en el agua y me deshice el moño que me había hecho para que no me estorbara el pelo. Prefería que fuera un estorbo a que Marshall me viera la espalda. Y los muslos. Bien, esos no sabía como los escondería. Entró en la cúpula dejando la puerta abierta tal y como yo la había dejado, y se tiró a la piscina.

Salió a la superficie y se echó todo el pelo hacia atrás. Joder, estaba guapísimo.

―Pensé que estaría más calentita ―admitió haciéndome reír.

―Pues ya ves que no.

―¿Me vas a dar un beso o algo, o tengo que hacerte un aguadillo?

Sonreí con diversión y me acerqué nadando a él. Me aferré a sus hombros y besé su mejilla sonoramente. Él sonrió.

―¿Te vas mañana? ―preguntó mientras me apresaba la cintura con sus grandes manos y me atraía a él. Yo enrollé mis piernas en su cintura y me agarré a su cuello.

―Sí, por la mañana.

―¿Hasta cuando?

―El dos de enero.

Él abrió mucho sus ojos y yo sonreí un poco.

―¿Tanto tiempo? ―Hizo una mueca. Yo asentí con la cabeza.

―Sí, pero luego ya no volveré a irme hasta el cumpleaños de mi hermano.

―¿Qué hago yo con el regalo de cumpleaños que había pensado hacerte? ―preguntó haciendo un puchero. Yo me reí.

VULNERABLE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora