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M A R S H A L L

No solía pasearme por esos lares, pero no podía evitar visitar a mi hermana. Habíamos pasado muchos años separados por culpa de su trabajo en el FBI. Hannah había sido una de las chicas más jóvenes en ingresar en el FBI y creo que fue eso lo que le hizo replantearse el volver a casa. Aún recuerdo el día que se presentó en la puerta de casa de mis padres con un montón de maletas y nos dijo:

―Creo que ya he pasado por suficiente mierda.

Volvió a Los Ángeles después de estar en la capital desde sus dieciocho años. Obviamente la habíamos visto antes pues venía cuando tenía libre, pero no era lo mismo. Ahora, por fin, estaría cerca de nosotros. Aunque seguiría trabajando en la policía, la probabilidad de morir por un balazo en la cabeza era considerablemente mucho más baja que cuando estaba en el FBI.

Juraría que mis padres comenzaron a respirar con normalidad cuando les dijo que había dejado el FBI.

Aún así no nos veíamos lo suficiente. Ella trabajaba mucho y yo también. No sé a quién cojones se le ocurre abrir un bar en Los Ángeles con sus amigos tras acabar la uni. Solo a mí. Y a mis amigos.

Ese día entré en la comisaría en la que mi hermana trabajaba como inspectora de homicidios. Sabía que los miércoles, a no ser que fuera algo fuera de lo normal, se pasaba el día en la comisaría con el papeleo. O así lo llamaba ella, "día de papeleo". Por suerte no me equivoqué. Nada más entrar en la comisaría y saludar a sus compañeros de trabajo, a los cuales ya conocía, la vi en la salita donde tienen las máquinas del café y algún que otro sofá.

―Toc, toc ―dije entrando en la sala del café. Ella, que estaba mirando su móvil, me sonrío un poco sorprendida.

―Hola, tú ―dijo guardando su móvil en la chaqueta―. ¿Qué haces aquí? No es Navidad.

―Ja, ja, qué graciosa ―dije besando su mejilla―. En un rato tengo que ir a buscar a Jerome cerca de aquí y he pensado en venir a verte de mientras.

―Qué detalle. ¿Quieres un café? Está horriblemente malo, pero al final se le coge el gustillo.

―No, gracias. Prefiero no pasarme la mañana entera sentado en el trono por culpa de una indigestión producida por el café.

―Qué exagerado eres, no sé de dónde habrás salido.

Me reí y le di un leve codazo. Me dejé caer en uno de los sofás y Hannah también. Echó su cabeza hacia atrás, lanzando un suspiro.

―¿Cansada?

―Y embarazada.

―¡¿Qué?! ―exclamé alucinando.

―Es broma, gilipollas ―dijo tras soltar una estruendosa carcajada.

Cielo santo, casi la maté.

―No vuelvas a darme un susto así, Hannah Stone. ―Me coloqué la mano en el pecho notando como iba a mil por hora y ella se reía sin pizca de compasión por mi corazón.

―Me tomo las anticonceptivas y siempre con condón, no te preocupes.

―Vale, bien. ―Por fin pude respirar con normalidad―. ¿Tan alta es tu actividad sexual? Me ofende que mi hermana mayor tenga más que yo.

―Uno a la semana cae ―admitió―. Pero si no, no pasa nada. Puedo sobrevivir.

―Yo llevo dos semanas a dos velas. ―Bufé y ella soltó una risa―. Pero puedo soportarlo. Creo.

―No se te va a caer el pene al suelo por estar un tiempo sin hacerlo.

―Lo dudo mucho.

La puerta se abrió y por ella apareció un señor con dos barrigas y con el pelo blanco hecho pequeños rizos. Sabía quién era pero no recordaba su nombre. Era pésimo para recordarlos.

VULNERABLE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora