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B R O O K L Y N N

Mis psicólogas ―tanto la de Los Ángeles como la de Washington― me recomendaron que no comenzara a trabajar aún. No porque no me vieran capaz, sino por precaución. Aún no acababa de adaptarme a lo que era el estrés y las aglomeraciones, así que quisieron que me esperara unos meses. De todas formas comencé a frecuentar más el bar de los chicos, los cuales ya habían contratado a un chico puesto que yo tuve que rechazar el trabajo, para acostumbrarme a las aglomeraciones.

Ese día había quedado con Beth-Anne, la chica con la que corría muchos días. Era una chica de lo más guay. Resulta que estaba en Los Ángeles por amor junto a su hermana pues su chico tuvo que venir a la ciudad por trabajo durante un año como mínimo. Habíamos quedado en el bar de los chicos.

Cuando llegamos al JAM, fuimos a sentarnos a una de las mesas más cercanas al ventanal que daba a la calle. Eran las cuatro de la tarde por lo que aún había algunos estudiantes con ordenadores tomando el café.

―Solo había venido aquí un par de veces con mi hermana ―dijo cuando nos sentamos―. La revista nos viene de paso. Y sirven chocolate con café si se lo pido.

Yo me reí. Tenía unos gustos un tanto peculiares. Y todos incluían el chocolate.

Aaron se acercó con una sonrisa en la cara y nos miró a ambas.

―Hola, hola ―canturreó y me miró para luego mirar a Beth―. ¿No vas a presentarme a tu amiga, Lynn?

―Beth, este es Aaron. Aaron, ella es Beth. Tiene novio y sabe como sacarte los ojos como una cucharilla, así que mejor mantente un poco al margen ―dije mirándole.

Aaron tragó saliva. Yo sonreí. Beth también.

―Un café con mucha leche para Lynn y para Beth...

―Yo quiero café con chocolate a medidas iguales ―pidió Beth.

―Oh, de eso me sonabas. Sí, mejor me mantengo al margen porque tu novio es un tío muy grande.

Aaron se fue y Beth soltó una carcajada.

―Alex es bastante grande ―afirmé yo y ella sonrió.

―Un poco.

―¡Marsh, tu novia está aquí! ―escuché gritar a Aaron. Yo palmeé mi frente y escuché reír a Beth.

―¿Puedes dejar de decir gilipolleces y ponerte a hacer cafés para que pueda irme de aquí? ―dijo Marshall desde alguna parte del bar.

―Llevas una semana quejándote de que no la ves y ahora que está aquí, ¿no vas a salir?

―¿Está aquí de verdad?

―Te estás sonrojando ―canturreó Beth. Yo me cubrí las mejillas y ella sonrió ampliamente.

―No es mi novio ―aclaré en un susurro.

―Como si lo fuerais.

Tanto Beth como yo fijamos nuestra mirada hacia la puerta que se había cerrado. La puerta de la cocina del bar. Por allí salió Marshall, tan guapo como siempre vestido con un jean roto de una rodilla y una camiseta de manga corta que se ajustaba a sus brazos. Beth silbó por lo bajo haciéndome reír. Marshall me buscó con la mirada y cuando me encontró, sonrió. Y yo también sonreí. Y estaba segura de que Beth hizo lo mismo.

―¿Cómo no me habías dicho que vendríais aquí? ―dijo acercándose. Yo me encogí de hombros―. Supongo que tú eres Beth. Soy Marshall, es un placer conocerte.

―Igualmente, Marshall, encantada ―dijo mi amiga con una sonrisa.

Marshall puso sus manos en mis hombros y yo eché mi cabeza hacia atrás con la intención de mirarlo. Pero él se inclinó también y dejó un pequeño beso en mis labios. Llevaba una semana sin verlo ni besarlo y, sinceramente, ya tenía mono.

VULNERABLE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora