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Os informo de que, a parte de este capítulo, quedan cinco más antes del Epílogo.💙

M A R S H A L L

Vi a Lynn a lo lejos mientras me acercaba a ella. Estaba apoyada en la barandilla amarilla que separaba el paseo del skate park de Venice Beach y hablaba con una chica que parecía latina. Brooklynn estaba preciosa. Llevaba un vestido blanco de flores, corto hasta un palmo y medio por encima de las rodillas y una chaqueta vaquera encima. Como casi siempre, llevaba el pelo amarrado en su usual moño despeinado que le quedaba tan bien. Siempre estaba preciosa.

Me acerqué por su espalda y la abracé como siempre hacía, para que no se asustara. Al instante, me agarró los brazos y me apretó un poco. Ya sabía que era yo.

―Hola, preciosa ―susurré en su oído.

Ella se dio la vuelta aún sin que yo la soltara y me sonrió ampliamente. Se puso de puntillas y besó mis labios, provocándome a mí una sonrisa aún más amplia que la que traía. Se giró hacia la chica latina que nos miraba con una sonrisa.

―Ha sido un placer, Becca.

―Igualmente, Brooklynn. Cualquier cosa, ya sabes ―dijo la chica señalando su móvil.

―Claro. Lo mismo digo.

Nos alejamos de allí y yo pasé mi brazo por sus hombros. Lynn me miró con una sonrisa. Joder, si es que era lo más precioso que jamás había visto. Sus mejillas salpicadas por esas pecas tan adorables, sus labios gruesos hechos para besar y esos ojos grandes que miraban todo con curiosidad...

―¿Haciendo amigas? ―pregunté acercándola más a mí sin dejar de mirarla a los ojos.

―Sí. ―Sonrió ampliamente―. Se llama Becca y resulta que su novio fue campeón nacional de... eso del monopatín que no sé cómo se llama ―dijo con una risita―, y se dedica a sacar a niños de la calle. Es súper maja. Nos hemos dado los teléfonos por si algún día nos apetece salir juntas.

―Me alegro muchísimo ―dije sinceramente y con una sonrisa que casi me daba la vuelta a la cabeza―. A ver, dime qué quieres hacer.

―No pruebo el algodón de azúcar desde hace muchísimos años, creo que la última vez fue con siete, así que vamos directos a uno de esos puestos. ―Señalo un puesto de algodón de azúcar que había a unos metros.

Yo me reí y acepté asintiendo con la cabeza.

Yo disfrutaba viéndola disfrutar. Venice Beach no era nada del otro mundo, pero ella quiso ir allí. Lo miraba todo maravillada, como si estuviera dentro de una película de ciencia ficción. Miraba encantada a la gente que pasaba con bicicleta, a los chavales que iban en skate por el paseo, los murales que había en algunas paredes... Paramos en algunas tiendecitas en las que Lynn compró algunas cositas para su hermano pues, por lo visto, éste vendría dentro de poco a Los Ángeles.

Le comenté si quería que alquiláramos un par de bicicletas pero se negó alegando que no sabía montar en bicicleta y que le daba un poco de miedo. Me pareció adorable, la verdad.

Cuando comenzó a oscurecer, decidimos pararnos a un restaurante de hamburguesas ―el mejor de Venice Beach― y cenamos allí.

―Lo siento de nuevo por lo de ayer ―me dijo mientras me cogía una patata frita del plato.

―¿Por el qué? ―pregunté confundido.

―Por lo de Johanna...

Sonreí negando con la cabeza y le agarré la mano por encima de la mesa, acariciándola con mi pulgar.

VULNERABLE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora