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B R O O K L Y N N

Me sentía mal. Hacía un par de semanas que habían abatido a mi padre y estaba feliz, aliviada, más tranquila. Y me sentía mal a la vez. ¿Cómo podía estar feliz de que mi padre hubiera muerto? La cosa iba a ratos. Lo cierto es que no podía entristecerme de que el hombre que me había encerrado durante siete años y que había matado a mi hermana y a mi madre estuviera muerto. Pero tampoco estaba segura si era correcto que me alegrara.

En fin.

Era domingo por la mañana y Hannah trabajaba. Había quedado con Marshall pero éste aún no había pasado a por mí y tampoco cogía las llamadas. Así que decidí ir a buscarle. Miles de veces me había pasado eso. Le surgía trabajo en el bar y no me avisaba, o tenía que ir a por Lizzy a Santa Ana y no se acordaba de decirme nada...

Era un desastre.

Cuando llegué, el bar estaba cerrado. Fui hacia el portal de su casa y vi que se habían dejado la puerta abierta. Chasqueé mi lengua y subí hacia el piso de Marshall. Cualquier día les robarían o algo. Llamé a la puerta y esperé apoyada en la barandilla. La puerta se abrió y, cuando estuve por reprocharle a Marshall, me tuve que tragar las palabras.

Tenía a una chica rubia que me hacía dudar de mi orientación sexual vestida con una camiseta que le tapaba hasta la mitad de los muslos. Una camiseta de Marshall. Me hirvió la sangre.

―Hola ―saludó la chica,

―¿Está Marshall?

―Sí, pero está dormido. ¿Quieres que le dé algún recado de tu parte?

―Dile, de parte de Brooklynn, que gracias por acordarse y que no hace falta que pase por casa de su hermana porque no va haber nadie allí.

―Perfecto, guapa, yo se lo digo.

No esperé a que cerrara la puerta, tampoco me despedí. Comencé a bajar las escaleras queriendo pegarle a Marshall y arrancarle absolutamente todos los pelos de su cuerpo uno a uno. Me subí al coche que Hannah me prestaba y arranqué. Conducí en dirección a... absolutamente ninguna parte. Acabé en Venice Beach donde seguramente estaría mi nueva amiga, Becca. Habíamos mantenido algunas conversaciones por mensaje y ya la consideraba una amiga. A lo mejor me estaba precipitando, pero así lo sentía. Sabía que ella me escucharía.

Cuando llegué a Venice, la vi en el skate park. Estaba sentada en un banco mientras observaba a los chavales patinar. Entre ellos estaba su novio, un mulato alto y tatuado de lo más guapo. Me senté a su lado y me miró.

―¡Lynn! ―exclamó con su usual entusiasmo. Me dio un abrazo fuerte―. ¿Qué hay, nena? No esperaba verte aquí.

―Ya, yo tampoco me esperaba venir aquí ―dije con una sonrisa de lado. Ella me examinó el rostro.

―¿Qué te ha hecho ese buenorro? Puedo decirles a los chavales que le quemen la casa si quieres o...

―No, no ―me apresuré a decir haciéndola reír―. Habíamos quedado, pero... No ha aparecido y he ido a buscarlo a su casa. Me ha recibido una rubia con unas piernas dignas de enmarcar.

―Hostia ―murmuró en español―. ¿Qué me estás contando?

―Lo que oyes... No sé si estoy en mi derecho de enfadarme, la verdad. No hemos oficializado lo nuestro. Sé que debo enfadarme porque me ha dado plantón pero por lo otro...

―¡Claro que estás en tu pleno derecho para enfadarte por lo de la rubia de las piernas! ―exclamó―. Está siendo un zorro. ¡Si hasta os habéis dicho que os queréis, por favor! Es uno de los momentos más importantes para una pareja.

VULNERABLE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora