Septiembre de 2009
—¿Por qué le tenías que decir a papá? Te estoy preguntando —Su tono era alto, poco a poco se acercó a la pequeña de 11 años, la cual era muy pequeña en comparación con él— ¿Qué tan difícil era simplemente callarte, idiota?
Cada una de sus palabras actuaban como puñales que se incrustaban profundamente en su ser. Salían con agriedad, provocando el inocente llanto de la pequeña, pero ella no quería llorar, quería mantenerse fuerte; odiaba que la vean llorar, solo que en ese momento era simplemente inevitable. Se veía, y sentía, como una hormiga al lado de una jirafa, insignificante. Debido a su baja estatura, casi que tenía que ver al techo para mirar a la cara a su hermano.
—¿No te das cuenta lo que haces, infeliz? ¡Por tu culpa ya no puedo ni salir al patio! ¿¡No tienes respeto por los demás!?
Sus ojos cristalinos, semejantes al color del brillante cielo azul, se apagaron ante esas frases. Las palabras del mayor resonaban en su cabeza. Miró hacia sus manos, las cuales tenía entrelazadas en la parte de enfrente de su indefenso cuerpo. Sus lágrimas amenazaban tortuosamente con salir disparadas, se notaba a kilómetros de distancia, y si a su hermano le dolía verla así por su culpa no lo demostró.
—¿Ni perdón vas a decir?
Alzó más la voz. Sabía que si decía algo iba a explotar en un mar de lágrimas incontrolables. Esa persona que la contenía cuando estaba triste y quería llorar, era ahora la culpable de su dolor.
Sentía ese nudo en la garganta, el cual anunciaba que con el mínimo movimiento bucal sus lágrimas saldrían incontrolables. Quería gritar, llorar, quería acurrucarse entre los brazos de su padre.
—Sal de aquí, no quiero verte ahora.
Lo miró, tal vez su peor error. Podía ver en sus ojos una mezcla de enojo, tristeza y decepción. Se fue. Cuando llegó a su cuarto, con tocar la cama bastó para que sus lágrimas comiencen a caer. Se sentía herida, su hermano nunca era así con ella, pero por otro lado lo entendía, también ella había estado mal.
La puerta se abrió. Rápidamente se secó las lágrimas y se cubrió con la manta hasta la nariz. El lado izquierdo de la cama se hundió, haciendo saber que la persona que entró se sentó en ese lugar y una mano reposó en su hombro, la voz que tanto deseaba escuchar, pero que en este momento no quería, se hizo presente.
—¿Qué pasa, amor? —Hubiera agradecido en cualquier momento la presencia de su padre, sobre todo en uno así, pero justo ahora quería estar sola.
—Vete —dijo sin más.
—Hija.
—Quiero estar sola, papá.
Otra vez sentía la opresión en su pecho, el nudo en la garganta, la voz temblorosa. Su agarre a la manta era más fuerte, quería contener el llanto.
Sin más Roger se fue.
Su llanto otra vez comenzó. Está vez los gritos interrumpieron su momento de soledad, eran su papá y su hermano.
Se levantó de la cama, secando con su manga las lágrimas.
—No te desquites con ella, no es su culpa que hagas idioteces, Rufus —espetó su padre—. Hazte cargo.
—Papá, déjalo.
Se animó a hablar, con cierto miedo que le causaba ver a su padre tan enojado. Aún se encontraba en el umbral de la puerta.
—No te involucres, bonita.
Aunque no estuviera enojado con ella su tono sonó frío. La pequeña sin aguantar más el regaño de su padre hacia su hermano se puso entre ellos, delante de las piernas de su hermano. Algo que tomo por sorpresa al último.
—Basta —Su enojo se hacía presente y con él su voz era más fuerte—. Él no lo hizo nada —mintió.
—Ah ¿no? ¿Y quién entonces?
—Yo te mentí —afirmó con firmeza—. Solo quería atención —miró otra vez abajo, no lo podía ver a los ojos cuando estaba enojado.
El hombre suspiró viendo a su pequeña, no sabía si eso era cierto o no, pero en cualquier caso sentía una horrible presión. Los dos hombres sabían que estuvo llorando, tenía los ojitos rojos e hinchados, algo que sofocó a su hermano. Él supo que el llanto de su pequeña lo había provocado por sus palabras.
—Luego vamos a hablar los dos —levantó su mentón obligando a mirarlo, ella tan solo asintió.
Cuando su papá abandonó el lugar soltó un largo suspiro. Dio un paso hacia delante, yéndose, pero Rufus la tomó del brazo obligándola a voltearse y mirarlo. El mayor se arrodilló para quedar a su altura, todavía no entendía lo que había hecho su hermana y eso se notaba en su expresión facial.
—¿Por qué hiciste eso? —su tono aún era seco y profundo, la chiquita aguó sus ojos.
Otra vez las jodidas lágrimas se avecinaban.
—Yo...s-solo no quería que te siguiera gritando, además, fue mi culpa que se enterara.
Rufus sin más que decir, o hacer, tomó a la niña de la cintura apegándola a su cuerpo, hundiéndose en un tierno y necesitado abrazo. Emilia al sentir los brazos del chico rodeándola imitó su acción, rodeando con sus bracitos el cuello del contrario, poniendo su carita en el ancho pecho de Rufus. De repente sus lágrimas se abrieron camino por sus ojos, recorriendo sus mejillas y quedando esparcidas por la remera azul Francia del chico. El llanto era agresivo, lo que alarmó a su hermano.
—¿Qué pasa, pequeña? —pronunció bajando un poco la cabeza, tratando de mirar su carita, pero sin dejar que ella se separara de su pecho.
—Lo siento mucho —dijo en el medio del llanto—, enserio lo lamento.
Eso último casi no se escuchó, pero su hermano lo hizo.
El corazón de él se ablando ante eso, se tranquilizó y abrazó aún más fuerte a su hermanita, acariciando su largo cabello rubio. Después de todo lo que le dijo, de todas esas cosas horribles, ella lo defendió, se disculpó y se entregó por él. Era una simple dulzura.
—Tranquila, chiquita, ya está.
Ahora, más que nunca, disfrutaba de ese cálido abrazo que le proporcionaba.
Este era el comienzo de una gran complicidad entre hermanos.
🥀
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Reconocida desde pequeña
Sonstiges¿Cómo sería la vida siendo la hija del gran baterista Roger Taylor? Emilia es reconocida desde pequeña gracias a la fama de su padre. Una chica común y corriente, con problemas como cualquier persona. • • • • • Cabe aclarar que la idea principa...